Reivindicando lo mejor

Existen también ciertos inconvenientes en educar en el buen gusto, porque tal cosa se considera por algunos como elitista o clasista, cuando nunca ha respondido a tal nomenclatura. El igualitarismo montaraz de ahora convierte a lo pésimo en óptimo, a lo lamentable en loable, a lo espantoso en hermoso, a lo burdo en normal, equilibrándolos en aras de una sociedad en la que prime la libertad de opciones, lo que no deja de ser contradictorio y esperpéntico.

            Un lienzo del Veronés no es comparable con el Ecce Homo restauradode Borja, por más que se empeñen quienes sostienen que todo es arte. Una sinfonía clásica o moderna no tiene parangón con interpretaciones que nada tienen de musicales, por constituir molestas estridencias. En el diccionario de la Academia figura el “ruido desagradable” como acepción irónica de la voz música.

  No es tampoco igual cuidar del aspecto personal que no hacerlo, pese a que esto sea hoy un anatema. La estética, al ver difuminadas sus reglas tradicionales, ha dado entrada a lo antiestético, y con él a lo zafio, lo horrendo o lo grotesco. Este hecho no tendría nada de particular si no fuera por el impertinente interés de quienes siguen esas tendencias de sumarnos a los demás a sus extravagantes dogmas, lo que hace que al error de partida de equiparar a lo agradable con lo que no lo es, se una la pertinacia en hacernos comulgar a los demás con ruedas de molino.

  Sin necesidad de referirnos a comportamientos sociales de este tipo que atentan lisa y llanamente a la salud, como a cada instante nos indican los médicos sin que sean objeto de la atención ciudadana que merecen otras cuestiones menores, la insistencia en igualar a lo que es recomendable con lo que no lo es alcanza cada día cotas más elevadas, con el formidable apoyo de los medios de comunicación. Es indiferente cualquier medida racional que se oponga en estos ámbitos: la moda de lo repelente crece y crece a costa de la salud, la dignidad humana y hasta del mismísimo sentido del ridículo.

            No sé si a estas alturas son más quienes disfrutan de lo maravilloso, lo armónico, lo elegante o lo bonito. Lo que sí es claro es que a través de todo ello descubren el equilibrio necesario para afrontar la vida, el orden y concierto precisos para abordar cada mañana. Con infinidad de matices, claro, pero también con la certeza de lo que es bueno y es malo, lo que es de recibo y lo que no lo es, porque en estas cuestiones, aunque existan múltiples matices, también hay los colores negros y blancos.

            Un lucido desfile de quienes dan su vida por todos o una procesión engalanada de la entrañable patrona del pueblo genera una emoción imposible de comparar con quienes vagan como zombis en el último festival non stop del levante español. Hay gustos y colores, por supuesto, pero también buenos gustos y atractivos colores, que trascienden a los sentidos y se adentran en lo más profundo.


Javier Junceda

Jurista.

 


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