Turismo

Al recorrer apenas unos pocos kilómetros, comenzó a contemplar el paisaje desde la ventanilla, exclamando maravillada: “desde luego, ¡qué grande es el mundo!”.

“Lávate y viaja”, le recomendaron sus amigos a aquél célebre intelectual, postrado en su cama. Leer y viajar desasnan una barbaridad, además de procurar gran bienestar interior. Josep Pla, uno de nuestros más grandes viajeros de todos los tiempos, solía escoger el medio más lento para trasladarse, para no perderse ningún detalle de lo que visitaba. Su obra, y no solamente la de viajes, sería imposible sin ese dato.

No tengo nada claro de que este espíritu original del turismo, vinculado al sosegado deleite del panorama y del paisanaje, sea el que prevalezca hoy. Las facilidades en el transporte y alojamiento procuran ahora cifras verdaderamente descomunales de visitantes en cada rincón del planeta, aunque con mayor intensidad en determinados enclaves, provocando efectos no siempre deseados, que están en el candelero.

Los ingresos que genera el turismo lo convierten en una potente industria, especialmente en las naciones que son sus principales receptores. Por este elemental motivo, no parece lo más sensato penalizar esas cuantiosas entradas de divisas, sino potenciarlas, favoreciendo al sector a través de todas las fórmulas posibles.

Ahora bien, que se impulse el turismo no es incompatible con que se regule, haciéndolo congeniable con la dinámica de la población que vive en las zonas turísticas. Recientemente, se ha sabido que en Nueva York, debido a la proliferación de apartamentos turísticos en zonas residenciales alejadas de los circuitos más frecuentados, se han convertido también en áreas plagadas de turistas, lo que se traduce en notables incomodidades para sus habitantes tradicionales, en forma de dificultades en el tráfico rodado, disponibilidad de aparcamientos, limpieza o seguridad.

El viajero que disfruta conociendo su destino, respetándolo y haciendo uso de los recursos hosteleros, hoteleros, culturales, naturales o de entretenimiento, debe seguir siendo bienvenido. Pero el que no lo hace así, debiera sin duda ser evitado, por no producir beneficio alguno, sino neto perjuicio. Piénsese en el turismo de borrachera, con alto coste policial y sanitario, que demanda de urgentes y drásticas medidas que le pongan coto, arbitrando fórmulas rápidas de expulsión del país -en el caso de extranjeros- y en todo caso de pago por esa turba o sus padres -de ser menores-, del coste íntegro de los servicios públicos especialmente movilizados por su culpa.

El turismo low cost, igualmente precisa de cuidada atención. Las tasas que en determinadas partes se exigen apuntan a este fenómeno, a fin de sufragar el gasto que supone el consumo de recursos de un país por quien viene de paso con la mochila cargada en origen. También, el cobro por acceso a ciertos espacios, o la limitación de circulación por perímetros concretos. En Florencia, incluso, han llegado a hacer uso de los camiones cisterna para alejar de sus monumentos, a manguerazo limpio, a quienes se arremolinan a comer bocadillos y beber latas en sus vetustas escalinatas y plazas, lo que encuentro un tanto desmedido.

En suma, turismo sí, pero con el debido control. Sin ello, es un tormento y una ruina.

 
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