Aquella televisión

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El gran polígrafo peruano Marco Aurelio Denegri calificó a la televisión actual como excrementicia. El aumento de la oferta de canales especializados tal vez haya concentrado ahora ese enmierdamiento catódico en los medios generalistas, que llevan años insistiendo en rebajar el nivel intelectual de los telespectadores, salvo contadas excepciones. Denegri razonaba que cuando dos personas con diferente grado cultural intercambian impresiones, rara vez la conversación se adapta al de mayor altura, tendiendo a acomodarse al rasero del zoquete. Así sucede con buena parte del mercado audiovisual, que no deja de bajar peldaños y de convertir a un instrumento tan útil para la formación ciudadana en un albañal.

            La degradación televisiva española es aún más acusada si se compara con la de hace años. “El hombre y la tierra”, de Félix Rodríguez De la Fuente; “La segunda oportunidad”, de Paco Costas; “Crónicas de un pueblo”, de Antonio Mercero; “A vista de pájaro”, de Eduardo Delgado; “300 millones”, de Gustavo Pérez Puig; “La España de los Botejara”, de Amestoy; “América total”, de Miguel De los Santos; o “A fondo”, de Joaquín Soler Serrano, son solo algunos de los programas o series que retenemos en la memoria y que permiten confirmar que es posible transmitir conocimientos y valores entreteniendo.

            Uno de esos clásicos fue “La Clave”, dirigido por José Luis Balbín. Por aquel formidable debate desfiló la España de la época, e incluso personajes internacionales de fuste. Aún hoy se pueden encontrar por internet las amenas y juiciosas discusiones entre Gonzalo Fernández de la Mora y Gustavo Bueno a propósito de algún asunto de enjundia, o las de los mejores polemistas del momento. No hubo tema tabú que dejara de tratarse en los años de su emisión, ni personalidad que no los abordara con autoridad. La naturalidad de Balbín en la conducción del espacio, con su pipa en la boca y su extraordinaria habilidad para introducir cuestiones peliagudas, lo convirtieron en la cita semanal por antonomasia de aquellos años.

           Ladislao Azcona, otro de los gigantes del periodismo nacional, acaba de escribir que Balbín fue “uno de los protagonistas de la transición democrática en nuestro país”. Lo dice en el prólogo al libro recopilatorio del certamen de microrelatos que promueve el veterano creador de “La Clave” y que por cierto les invito a leer. Azcona, alejado hace años de los platós, podría también atribuirse eso que dice de su buen amigo y paisano, porque sus años en los servicios informativos de la cadena pública coincidieron con instantes cruciales del retorno a la democracia en España. Comunicar a un país recién salido de una dictadura de derechas que se acaba de legalizar al partido comunista no sé si lo podría hacer alguien diferente a Lalo. Su forma de presentar el telediario no era la de un busto parlante, sino la de alguien que hablaba mirando a los ojos a los televidentes, a través de la pantalla.

            ¡Cuánto debemos a aquella enorme generación de periodistas que configuró la España que conocemos!. Aglutinaban, no disolvían, como resulta hoy tan frecuente. Cada uno tenía su ideología, pero sabían encontrar puntos de encuentro con los de signo contrario, respetando sus pareceres. Cazaban al vuelo al impostor, al vocinglero, o al que poco aportaba para el futuro de la nación. Justo lo contrario de esas emisoras sectarias que no dejan de emponzoñar h oy la vida social y política con una visión tendenciosa de la realidad que divide simplonamente entre buenos y malos, en las que los buenos siempre son los mismos aunque no lo sean y en las que los malos son siempre los otros aunque no hayan hecho nada para merecerlo.

            Aquella televisión tendría pocos recursos, pero le daba mil vueltas a la actual. Nos ayudó a crecer como una sociedad sana, sin crispar innecesariamente ni meter en las salitas de estar bazofia a mansalva.

 

 

 
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