Eire

Dublin Bridge
Dublin Bridge

Las legiones de chavales españoles que viajan a Irlanda para aprender inglés reeditan, cada verano, los intensos lazos de todo tipo que unen a ambas naciones

Unos antecedentes célticos comunes, una misma religión y unos avatares históricos compartidos configuran la singular relación entre los dos pueblos, que se traduce en simpatía mutua y tradiciones similares, en especial entre la isla esmeralda y el norte de España.

Don Juan del Águila y su epopeya en la ciudad de Kinsale, que fue española; el capitán Francisco de Cuéllar y su intrépido naufragio en las costas irlandesas con la Armada Invencible, o el origen familiar de uno de los padres de la República de Irlanda, Eamon de Valera, hijo de español emigrado a Cuba, constituyen algunos hitos de esos extraordinarios vínculos.

Los nexos de Irlanda con España se asemejan a los de Portugal con Inglaterra. Al igual que los lusos se han apoyado invariablemente en los británicos para protegerse de España, así lo han hecho los irlandeses con nosotros frente a la amenaza inglesa. De ahí que conservemos ese afecto tan significativo, que nítidamente se percibe cada día por cualquier rincón irlandés.

Por las calles de Dublín transitan hoy miles de jóvenes de toda España como si lo hicieran por cualquier localidad de la piel de toro, dando voces y llamando la atención. Ese rasgo maleducado no suele ser rechazado por la Garda irlandesa, quizá porque ellos son también algo voceras, como se puede advertir en sus ensordecedores pubs y en su música interpretada a golpe de bramidos vikingos, fomentada por una alegre ingesta de hectolitros de la exquisita dry irish stout o del siempre reconstituyente whiskey de cebada malteada, que en gaélico traducen precisamente como “agua de vida”.

Los retos de Irlanda, además, siguen siendo parecidos a los españoles. La unidad nacional continúa siendo el más relevante, con un Eire aún dividido septentrionalmente, con condados bajo soberanía foránea y tibios rebrotes de violencia terrorista. Hispania e Hibernia han experimentado también meritorias recuperaciones de sus pavorosas crisis, enfocando progresivamente la estabilidad financiera sobre una disciplina fiscal que cuesta ser seguida en la calle por sus ciudadanos.

Los irlandeses rotulan sus edificios oficiales, sus transportes y sus señales, en su impronunciable idioma histórico, pese a ser muy poco hablado, salvo en determinadas comarcas rurales del país. Con ello pretenden convertir un habla residual en una artificiosa arma política, como en España hemos visto que lleva haciéndose lamentablemente desde hace décadas en distintas regiones, desplazando a la lengua nacional. La politización de estas cuestiones, una desgraciada realidad contemporánea en diversas partes de Europa, corre camino de convertirse en poderoso argumento contrario a quienes lo postulan, porque el efecto que provocan al imponer algo es habitualmente rechazado por la mayoría, alérgica por regla general a los totalitarismos. Nunca es el lenguaje, sino las ideas, las que forjan las naciones, como es obvio.

Dublín y Eire, Temple bar, el Trinity, las orillas del Liffey, y los bulliciosos ambientes urbanos retratados por Joyce acogen jubilosamente una vez más a una juventud española que se encuentra mejor que en casa gracias a estos alegres y encantadores latinos del norte.

Y que sea por muchos años.

Javier Junceda. Jurista

 
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