El Comercio

Sede de El Comercio en Lima, Perú (Foto: Smarthar22).
Sede de El Comercio en Lima, Perú (Foto: Smarthar22).

Existe una fórmula alternativa a los libros de historia para conocer un país, una región o una localidad: leer sus periódicos. Las hemerotecas son una fuente inagotable de información sobre lo que una sociedad ha dado de sí a lo largo del tiempo. Hasta la simple publicidad nos proporciona datos interesantes de cómo han evolucionado las modas, las formas ciudadanas de ser o de actuar. En asuntos menos prosaicos, si uno desea profundizar en el peso específico cultural de un pueblo, no hay mejor manera que recurrir también a los diarios en los que han plasmado sus firmas sus principales intelectuales. Ojear los desaparecidos El Sol o El Imparcial cuando en ellos escribía Ortega permite descubrir una España con una élite de primerísimo nivel, acaso única en siglos.

Cuando la república del Perú aún no tenía edad adolescente, nace en Lima una institución periodística que pronto cumplirá sus primeros cientos ochenta y dos años. Por las páginas de El Comercio editado en el cercado de la Ciudad de los Reyes han desfilado desde entonces cuantos acontecimientos han configurado a esa gran nación andina, convirtiéndose en un inmejorable espejo de su pasado y presente. La tinta que en el incómodo pero entrañable formato sábana se ha venido imprimiendo durante generaciones El Comercio limeño permite contemplar con todo lujo de detalles el bicentenario de la independencia que este mes de julio festejarán allá, porque el glorioso Perú no es posible ser entendido sin su cabecera de toda la vida.

Gracias a este eterno rotativo llegué a una personalidad irrepetible, Marco Aurelio Denegri. A partir de sus eruditas y divertidas columnas en El Comercio le seguí la pista hasta la televisión peruana, donde este inconmensurable polímata tuvo un programa imposible de imitar en el que tan pronto ponía a caer de un burro a un autor literario que tenía delante, como se ponía a disertar sobre la sexualidad. Su curiosa teoría sobre la cacosmia televisiva o el “enmierdamiento” producido por los programas basura, merecería sin duda una tesis doctoral que lo desarrollase.

En El Comercio pude disfrutar también de otros muchos autores de fuste, como Francisco Miró-Quesada Cantuarias. O su hijo, Miró-Quesada Rada, que sigue firmando una sugerente columna sobre pensamiento político y es además mi “pata”, como dicen allí al referirse a un amigo. Por Paco conozco las vicisitudes que de nuevo enfrenta la publicación en medio del fragor electoral de las próximas presidenciales, siempre en la diana de los que conviven con dificultades con la libertad de información y pretenden sin desmayo arrimar el ascua a su sardina. 

Da gusto que, en tiempos tan poco propicios para la estabilidad institucional, continúen en pie y con renovada pujanza instrumentos tan cruciales para una democracia como son estos clásicos de la prensa internacional, en este caso la referencia periodística seria en Iberoamérica. Y que sea por muchos años.  

 
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