El protocolo

De los procedimientos aeronáuticos o los sistemas de funcionamiento de las máquinas, los protocolos han saltado a la vida cotidiana del ciudadano, encerrándole entre gruesos barrotes para que no se menee. Si acudes a una oficina pública y te someten a absurdas reglas a la hora de atender tu trámite, el funcionario te advertirá con voz campanuda que hagas el favor de “someterte al protocolo”. Es lo mismo que lo decidido sea descabellado o no tenga pies ni cabeza, porque el deber de acatamiento al protocolo supera hoy esas nimiedades. 

Esta dictadura protocolar no conoce ya límites. En medicina, donde su propia evolución como ciencia ha hecho a los niños con fiebre bañarse indistintamente en agua fría o caliente a lo largo de los tiempos, también todo pasa ahora por sujetarse al protocolo, aunque experimente notorios cambios incluso difundidos por los medios. El actor aquél vestido de bata blanca que el gran Manolo Summers situó como gancho en un popular barrio sevillano para vacunar a quien pasara con una estaca en forma de jeringuilla, también decía que inyectaba “por protocolo”, a lo que no había cristiano que no se plegara.

Ante el término “protocolo”, cualquier discusión sobra. Con tonillo de superioridad te lo advierten desde altos profesionales a gentes de mediana autoridad, porque saltárselo es asunto de poca broma. “Duérmete, niño, que viene el protocolo”, dicen ahora los padres a sus chiquillos insomnes.

Antes, quienes se dedicaban a cuestiones de alguna enjundia, dedicaban su arte a aconsejar de tal remedio o a recetarte tal reconstituyente, pero ni se les pasaba por la cabeza esa ridiculez de sujetarte a ningún protocolo. De hecho, no era infrecuente que se sugiriera para paliar determinado mal más de una alternativa, pero nunca aquella única que impone esta nueva tiranía que padecemos.

Hoy, todo eso ha cambiado. Cuando llamas para reservar mesa al restaurante, debes preguntar si tienen ya activado su protocolo de climatización adecuado y si sus croquetas siguen o no el protocolo fritanga, promovido por la dirección general de fritos, sofritos y refritos. Nuestra existencia se ha convertido en una marcial obediencia al protocolo, del tipo que sea, de ahí que no sea descartable pronto un masivo confinamiento voluntario, porque la vida se está haciendo insoportable como consecuencia de este cargante totalitarismo formal.

A ver si nos enteramos de una vez que no hay más protocolo que el notarial y el que rige el ceremonial. Los demás no son sino irritantes autos de fe a los que se nos obliga en esta sociedad ultrapermisivista en lo principal y ultrarestrictiva en lo secundario. De esto a formar filas uniformados queda bastante poco, porque “por protocolo” hemos de obedecer sin rechistar incluso lo que no tiene un pase o cambie caprichosamente a diario por la autoridad, como se está comprobando con las reiteradas y contradictorias instrucciones para vivir durante la peste china que padecemos.

Por protocolo mental, urge dejar de lado a esos inmisericordes dedos índice que te fuerzan a todas horas a circular por donde tantas veces ni apetece ni procede. Aunque se usen para eludir responsabilidades, nos están haciendo la vida imposible.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato