No ejercientes

Garrido Abogados
Garrido Abogados

Pocas cosas más españolas que la de los ilustres abogados que nunca han ejercido dicha profesión, anota agudamente Alfonso Ussía en su insuperable compilación de epigramistas nacionales, al rescatar del olvido a uno de estos personajes, un notable autor satírico, por cierto. El gran Miguel Mihura, en “Mis memorias”, detalla las desopilantes peripecias del doctor Ivory, que estudiaba tantos libros de medicina que no le quedaba tiempo para curar a los enfermos y ni tan siquiera para verlos, encargando a su criada que les preguntara dónde les dolía. El caso más cómico es el de aquel petimetre licenciado de provincias que jamás había picado un pleito y que se daba el pisto de letrado fotografiándose todo ufano al recibir las medallas colegiales por las bodas de plata en unos estrados que jamás había pisado, haciendo publicar su imagen togada en el periódico del día siguiente. Por no citar a aquellos meros graduados en medicina que tan ricamente abordan como especialistas las serias cuestiones sanitarias de sus parientes con achaques, sin producirles el más mínimo vértigo la responsabilidad que contraen por sus alegres consejos.

Siendo como es el ejercicio profesional sumamente exigente, con unas necesidades de actualización permanentes e intensas, no se comprende que alguien pueda considerarse abogado, médico o cualquier otra profesión sin desarrollarla a diario tras esa esforzada formación continua. Como es natural, los títulos universitarios no equivalen a los profesionales, porque un licenciado en derecho no es ningún abogado, ni otro en medicina y cirugía un médico o cirujano. Es el cotidiano desempeño de la profesión y el hecho de vivir de ella lo que los diferencia, como además confirma el diccionario de la Real Academia, sin que puedan acogerse aquí fórmulas intermedias, como esa tan extendida de los no ejercientes que se contempla en determinados colegios y que sustanciosos ingresos procura a estas corporaciones, cuando no sirve para defraudarlas toscamente.

O se es abogado o no se es. Quienes sufran complejo de inferioridad y requieran para aplacarlo sentirse como tales, a su disposición tienen su grado académico colgado de la pared, que pueden exhibir a sus allegados con ocasión de una buena merendola, en lugar de engañarse a sí mismos y al personal. Si no hay marino sin nave, mecánico sin taller o cocinero sin horno, no parece de demasiado recibo que existan abogados o médicos que no hayan vestido la toga en su vida o que no hayan contado con la experiencia clínica necesaria.

Como es fácil de advertir, todos estos profesionales no profesionales de los que hablo lo que habitualmente persiguen es ennoblecer sus quehaceres cotidianos no vinculados al derecho recurriendo a su aparente e irreal tratamiento como juristas. Lo que sucede es que quienes vivimos de esos menesteres percibimos tal cosa con cierto aire de incordio, por tener que compartir un mismo saco con quienes no tienen ni pajolera idea de lo que es asesorar legalmente o defender judicialmente y que sin embargo van por la vida como si dominaran los recónditos secretos del ars boni et aequi.

Si no se ejerce una profesión, en suma, no se puede considerar a alguien como profesional de ella. Solamente quienes las practican han de ser tenidos como tales, una verdad de Perogrullo que se comprende en todos lados menos aquí, en que el postureo sigue reinando y singularidades como esta se han hecho tan comunes que hasta pasan desapercibidas.

 
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