Viajar

Mapa.
Mapa de carreteras.

Aunque sea posible escribir libros de viajes sin salir del bar -o de la propia habitación, como hizo Xavier de Maistre a finales del dieciocho-, no hay comparación a hacerlo tras caminar por tierras lejanas y compartir experiencias con sus gentes. Elegir el destino, preparar el recorrido, leer sobre él, enterarte de datos prácticos, escoger la mejor vía para trasladarte -Pla prefería siempre el transporte más lento, para no perder detalle-, o comentar con quienes han estado antes sus andanzas, constituye desde luego una liturgia fascinante. El importe que cada año dedico a los viajes no lo apunto como gasto, sino como inversión o ingreso, porque vivo de esos recuerdos de forma permanente y tiro de ellos cuando tengo la menor oportunidad para recuperar fuerzas.

La peste china ha impedido que viajara desde que se desató, hace ya tanto tiempo. Mi último viaje por el interior de España data del mes de febrero de 2020, cuando ya se intuía la catástrofe. Apenas un mes antes había regresado de otra nación europea, que después se supo que fue de las primeras en sufrir el zarpazo del virus. Aunque aproveché para escaparme de nuevo en el pasado verano a otra región española, no lo considero propiamente un viaje, porque hacerlo con las limitaciones tan intensas de movimientos y reglas preestablecidas es la antítesis de cualquier periplo que no hagas por motivos de trabajo, como es natural.

No poder viajar, y en muchos casos ni salir tan siquiera de tu municipio por esos confinamientos perimetrales que enclaustran a los vecinos contagiados con los que no están, tal vez para acelerar así más la pandemia, es desde luego una desgracia para los que no podemos vivir sin esa maravillosa afición de peregrinar de un sitio a otro. Subsistir encerrados en nuestro terruño, aunque lo amemos con pasión, algunos no lo llevamos con paciencia, y algo así no se cura viendo los canales temáticos con contenido geográfico o videos en la red, porque los países han de ser pisados, palpados, olidos, saboreados, conversados, oteados, escuchados…, deben ser padecidos en su calor o frío, con sus nieblas o nieves, conducidos con algún vehículo, o bailados si se tercia.

No extraño nada viajar como un paquete, dejándome llevar de aquí para allá por un guía que me cuente milongas y siguiendo como un autómata horarios y otras argucias para sacarme los cuartos, porque nunca viajé así. Sé que hoy se hace de esta forma en infinidad de casos, estabulando al ganado turístico hacia cualquier lugar, impidiendo que pueda apreciar lo grande de un camino y su final, descubriendo lo que son y han sido los pueblos, sin que nadie te lo cuente. Perder esa oportunidad me parece inexplicable y por eso no me cabe en la cabeza salir de casa para que te digan lo que tienes que hacer y adónde tienes que ir. Si alguien no quiere arriesgarse a salir del cauce establecido por lo que pueda pasar, mejor se quedaba tan ricamente en el sofá disfrutando una buena película de vaqueros o atendiendo un saleroso güevinario montado por jovenzuelos acerca del empoderamiento inclusivo y heteropatriarcal de los no binarios, por ejemplo.

Echo de menos recorrer Europa, patear España, cruzar el charco, retornar a mi hogar después de hacerlo cansado pero repleto de vivencias que recordaré mientras viva. Añoro el trajín del viaje, las horas organizándolo y empapándome de su historia y realidad, de su política y desafíos. Recuerdo con nostalgia el aroma de la comida del avión, las razas que me cruzo en los aeropuertos, los sustos que a veces provocan los pequeños problemas inesperados, o los periódicos locales que leo en las cafeterías de los hoteles.

Ojalá pase cuanto antes esta pesadilla, por el bien de todos y también de los que no podemos quedarnos quietos.

 
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