La devaluación del máster español

Cristina Cifuentes da explicaciones sobre su máster en la Asamblea de Madrid.
Cristina Cifuentes da explicaciones sobre su máster en la Asamblea de Madrid.

Últimamente el prestigio de los másteres universitarios está en entredicho. Como profesor universitario he de decir que me alegro de que se haya iniciado un debate en este tema porque hay un claro margen de mejora.

Acontecimientos recientes nos han demostrado que no todos los másteres son oro, incluso aunque brillen. Antes de la aplicación de los acuerdos de Bolonia el concepto de máster en España era muy difuso y se conocían de este modo desde másteres de negocios muy prestigiosos y acreditados por conocidas instituciones internacionales hasta los cursillos que organizaba una academia local. La aplicación de Bolonia se comenzó precisamente con la puesta en marcha de algunos másteres oficiales, avalados por el estado. Los programas de doctorado anteriores tenían aproximadamente medio curso académico con asignaturas, que las más de las veces no pasaban de ser un trámite que se superaba con un trabajo no muy exigente, la asistencia a clase, y a veces con ninguna de las dos cosas. La primera aplicación de Bolonia convirtió esto en un máster, que se vino a llamar después máster de investigación, para distinguirlo de otros que conocemos como profesionalizantes. Estos últimos, además, se podrían dividir en dos tipos. Por una parte están los másteres habilitantes, que proporcionan atribuciones profesionales reconocidas por ley. Muchas ingenierías, el máster de la abogacía o el de profesorado de secundaria están en esta categoría. Por otro lado estarían los no habilitantes. Para complicar más la comprensión del mundo de los másteres, aparecen en el mercado los que son oficiales y por tanto otorgan un título reconocido como tal en toda Europa y los llamados “títulos propios de una universidad en particular”, o incluso otra institución.

Los másteres oficiales son acreditados por una agencia de evaluación estatal o autonómica al cabo de unos años. Lo cierto es que, aunque tengan importantes deficiencias, pocos de ellos se quedan en el camino.

Por otro lado, en cada universidad, todas las facultades y escuelas, y con frecuencia departamentos e institutos de investigación se han visto con una no muy justificada necesidad de promover su propio máster o másteres. El hecho es que actualmente existe gran cantidad de másteres en los que se matriculan menos de diez alumnos por año, y muchos que no llegan a los cinco alumnos nuevos por año. Sobre todos, destacan algunos másteres profesionalizantes como el de secundaria o el de la abogacía, que siendo necesarios para el ejercicio profesional se han hecho masivos, y quizá con eso restan alumnos al resto de los másteres, incluidos los muy buenos. Es difícil que en una situación así el mercado acabe equilibrando la balanza, puesto que no todos juegan con las mismas ventajas. Además, hoy la proliferación de grados especializados hace que la titulación oficial de máster sea menos necesaria para trabajar de lo que eran las antiguas carreras superiores, lo que incrementa la falta de motivación de un alumno para seguir estudiando al terminar el grado.

¿Qué máster escoge un alumno que finaliza el grado en medio de este amasijo? La respuesta no es sencilla y desde luego no está en la tipología del máster. A primera vista, los más apetecibles son los habilitantes, que nos introducen en una categoría privilegiada, por ejemplo “profesional que puede firmar proyectos de ingeniería de minas”, “persona que puede dar clase en un colegio o instituto de secundaria y bachillerato” o “alguien que puede ejercer de abogado”. Fuera de esto no hay especiales preferencias por la tipología. Por ejemplo, para hacer una tesis doctoral no es estrictamente necesario cursar uno de los másteres llamados “de investigación” y que con frecuencia están formados por asignaturas ultraespecializadas que reflejan la investigación de un pequeño grupo. Por otro lado, hay másteres profesionalizantes, tanto oficiales como títulos propios, que no dan la talla académica, y que son fáciles de superar. Al mismo tiempo, existen muchos másteres, oficiales o títulos propios, que dan una formación de gran nivel y preparan a los alumnos para emprender con éxito su carrera profesional. Que un máster sea oficial no garantiza que sea de mayor calidad que un título propio. En muchos casos la flexibilidad burocrática de los títulos propios garantiza una mejor adecuación a las necesidades del mercado laboral. Más que en ningún otro campo de la formación en esta elección hay que buscar buenos consejeros.

 
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