La basura contra el de siempre

¿No le resulta llamativo? ¿a qué nos estamos acostumbrando? Supongamos que los sufridos ciudadanos peatones, de forma cívica, democrática, ordenada y sistemática, faltaría más, fuéramos removiendo toda la ingente cantidad de porquería que hoy nos encontramos esparcidas en las aceras y la depositáramos en las calzadas por donde transitan los vehículos. Pensemos cada uno de nosotros en nuestra calle, en las de nuestro barrio. Por ejemplo, imaginemos que los vecinos de Chamberí, cansados de sortear la creciente basura acumulada en las aceras, nos pusiéramos manos a la obra y la apilásemos en los carriles bus de Martínez Campos, de José Abascal, de Santa Engracia... Y en el casi único carril de Alonso Cano. Desde luego, para no estorbar demasiado, al principio, ocupando plazas de aparcamiento. Es solo gimnasia mental, no un llamamiento a nada, ¿eh?

Es posible que en ese caso algún ilustre responsable municipal se diera prisa en despejar la calzada y en proceder en contra de esa ciudadanía bárbara e incívica que solo estaría despejando sus aceras, harta de pisar y de sortear basura. Resulta que verter mierda (perdón) en la acera o en la calzada destinada a vehículos podría ser considerada hasta delito contra el medio ambiente, porque lo dice el Código Penal, pero es que parece que se puede colapsar las aceras pero no la calzada. ¡Que se chinche el peatón, pero no vamos a obstaculizar el tráfico! Como casi siempre, que pague el pato el más débil de la película. Quien sufre de forma directa estas huelgas salvajes y desproporcionadas es el ciudadano, no el alto cargo de la empresa ni el alto cargo político que tienen que negociar…  Estos solo reaccionan si se tambalea la cuenta de resultados o la recolecta de votos en las próximas elecciones. Me decía un taxista esta mañana que confiaba en que nunca hubiera una huelga de empleados de funerarias, no fuera que la insolente torpeza de algunos responsables de empresa y de la Administración, con la inestimable colaboración de algunos empleados de ambas partes, sembrase de cadáveres las aceras de nuestras ciudades.

Es curioso lo condescendientes –tolerantes, en lenguaje de algunos- que somos con los talibán de los derechos. Ahora nos toca lidiar con los radicales de la caca. Los hay de dos tipos: los guarros que ensucian sin cesar por que ya lo limpiará alguien, y los guarros que no limpian lo que deben. Entre los primeros sabemos que están quienes vacían el cenicero de su coche abriendo un poco la puerta y descargándolo… en la acera; quienes sacuden alfombras y sábanas por la ventana de su casa… sobre la acera; los que escupen masas informes y viscosas sin ningún tipo de reparo… sobre la acera; los que arrojan la cajetilla vacía de tabaco… a la acera; quienes deban su bolsa de basura azul junto al contenedor de recogida de vidrio… en la acera; quienes aunque ese día no haya recogida sacan su bolsa de basura y la colocan preferentemente frente a otro portal… en la acera; los que rompen las bolsas de basura y la esparcen, unos por necesidad y descuido y otros por el afán de causar daño, también en la acera; quienes rompen e incendian los contenedores de basura…  junto a las aceras. Le suena, ¿verdad? Quizá estos guarros urbanitas no lo hagan dentro de su casa, quizá, pero hacia fuera son unos auténticos radicales de la caca. El segundo tipo de radicales de la caca son los que abusan de la gran importancia de su trabajo para la salud y bienestar de los demás y tratan de chantajear y presionar a sus jefes lesionando los derechos de los demás. Ese chantaje es indirecto, porque los primeros chantajeados somos usted y yo. Y si me está leyendo alguno de quienes se ven descritos… que trate de pensar como ciudadano contribuyente de los de a pie, que también lo es. El pasado domingo ayudé a un hombre que trataba de circular por la acera sentado en su silla de ruedas. No es que quisiera cruzar la calle, no; tan solo pretendía transitar por la acera, de casi dos metros de ancha. La porquería acumulada en algunos puntos no dejaba un espacio mayor de medio metro para caminar. ¿Es que los radicales de la caca tienen derecho a dificultar y a impedir que ese discapacitado físico y cualquiera de nosotros podamos ir por las calles?

Además tenemos la especie del talibán de la tolerancia. Ese talibán tolerante es aquel al que le parece fenomenal lo que está ocurriendo en nuestras calles porque, al parecer, llenar las calles de porquería es una forma de manifestación y de diálogo democrático. El talibán de la tolerancia tiene otras muchas formas de manifestarse: le parece bien que sus hijos berreen en casa durante horas para que aprendan a que así no consiguen nada; o que correteen o patinen por el pasillo de casa, porque son niños, olvidándose de algo sin importancia: que un piso no es el parque del barrio. También se manifiesta compartiendo generosamente su música a todo volumen con todos los convecinos, tanto cuando está en casa como cuando se desplaza con donaire por las calles con las ventanillas de su vehículo bien abiertas. Hay un modelo de talibán de la tolerancia que me llama especialmente la atención: aquel que, debiendo tomar cartas en el asunto, no lo hace. Por ejemplo: cuando algún uniformado policial urbano cabecea como si se disgustara –ya sabe: ay ay ay, mira cómo son de malos…- cuando observa plantado en la acera y frente al paso de peatones cómo media docena de coches se salta el semáforo en rojo… y no hace nada, ni tan siquiera tomar alguna de las matrículas. También es un talibán de la tolerancia ese peatón que cruza una vía pública cuando y por donde le da la real gana, porque se ha cansado de esperar, porque cree que le da tiempo, porque espera poder abusar de la sincera tolerancia del conductor que pisará el freno para dejarle a él poner tranquilamente en riesgo la seguridad vial… Total, si no pasa nada… Lo llamativo de este talibanismo del buen rollo, muy extendido, es que convierte en un aguafiestas a quien se atreve a cuestionar, a reprender o a prohibir -si es que puede- algunas conductas…

Detrás de esas conductas hay mucho de falta de educación. O de educación insuficiente. En nuestro ecosistema urbano, los de la tribu humana vivimos acongojados ante el abuso de unos y el consentimiento de otros. Si yo tuviera vecino puerta con puerta de un empleado en huelga de una de las empresas de limpieza o de la oficina correspondiente del ayuntamiento, no se me ocurriría ir amontonando mis bosas de basura, incluso las rotas, delante de la puerta de su casa, para que tuviera que esa persona y su familia se viera obligada a saltar sobre ellas para entrar y salir... La calle ¿es de todos o es más de unos que de otros? Mientras nos aclaramos, unos cuantos se dedican a ensuciarla con ahínco y a otros a consentírselo.

No sé lo que le parecerá a usted, lector, pero a mí se me antoja que vivimos presos de totalitaristas de medio pelo, lejanos de la responsabilidad y excelencia que preconizan sus grandes empresarios y sus altos funcionarios, con sus discursos llenos de responsabilidad social y de servicio a los demás y rodeados no sé si de basura pero sí de mucha pasta y oropeles.

A pesar de que los españoles somos expertos en decir a los demás qué y cómo tienen que hacer las cosas, trataré de apuntarme en mi lista de deberes la de generar menos basura y de no arrojarla donde no debo. Y confío en que todos tengamos la suficiente inteligencia colectiva como para no perder del todo la educación y para arrimar el hombro y no hacernos tanto daño.

 
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