La educación, en casa, con responsabilidad

Desde mi experiencia de madre de familia numerosa, veo que el hecho de querer educar a los hijos para que sean personas maravillosas, nos exige a los padres una gran dosis de responsabilidad. Obras son amores y no buenas razones: hay educar con el ejemplo. Tenemos que saber el por qué y el para qué de nuestras vidas ( no se da lo que no se tiene). Los hijos crecen y cada etapa de su desarrollo nos trae nuevos planteamientos. Al principio, cuando nacen, nos preocupa su alimentación, su crecimiento y su sueño. Cuando ya son personitas de 2 a 3 años, comienzan a preocuparnos sus virtudes: orden, higiene... Poco a poco, las virtudes van pidiendo objetivos más altos: generosidad, alegría... Todo discurre en un “armonioso” trabajo, y, ¡vamos a ser optimistas!, en el deporte de nuestra paciencia, en gran parte; una paciencia mecánica, porque, fundamentalmente, se basa en conseguir que mediante la repetición de actos, consigan la fuerza habitual de la virtud. Pero el asunto se va complicando, ¡como en el circo! Llega la preadolescencia y, con ella, sus interrogantes y el espíritu crítico. Los padres nos asustamos un poco porque es una época en la que ya no basta decir, sino que tenemos que argumentar con nuestras palabras y con nuestra vida; mejor dicho, tenemos que conseguir que ellos argumenten mediante nuestras preguntas. No debemos asustarnos, ¡todo lo contrario! Es un momento culminante que, aunque si bien parece que no nos hacen ni caso, nos observan hasta la pituitaria.

 

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