Aún hay quien está peor

La reciente oleada de pateras llegadas a nuestras costas me ha hecho pensar en la  conocida fábula del sabio que  sólo se sustentaba de las hierbas que cogía;  tan pobre y mísero se sentía que un día se preguntó si habría otro  más pobre y triste que él. Y cuando volvió el rostro, halló la respuesta, viendo detrás iba otro sabio cogiendo  las hojas que él despreciaba. ¿ Cómo será la situación de esos inmigrantes en sus países de origen que se atreven a arriesgar cuanto tienen y a morir en la travesía, con tal de llegar a un país en el que, a pesar de la crisis, quizá puedan alimentarse de las migajas sobrantes?

Cualquier ser humano tiene un derecho primordial a trabajar, ganarse la vida y sostener a su familia. Y de sustanciar ese derecho emigrando a otro país si en el suyo no puede satisfacer esas necesidades básicas. Bueno será que lo tengamos en cuenta al lamentarnos de la crisis. España, que tanto se beneficia de una inmigración rica y temporal, como es el turismo, tiene también el deber de acoger a la inmigración que nos llega en pateras. Con crisis o sin crisis. Otra cosa distinta es la necesidad de su regulación.

 

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