Carta abierta a Pablo Casado

Pablo Casado con la organizaciones patronales, Hostelería España y Hostelería Madrid con motivo del Día Internacional del Trabajo (1 de mayo de 2020)
Pablo Casado con la organizaciones patronales, Hostelería España y Hostelería Madrid con motivo del Día Internacional del Trabajo (1 de mayo de 2020)

Quien le dirige esta carta nunca ha sido militante de un partido político; mejor dicho, nunca he sido militante en organización ciudadana alguna, con la salvedad de la Milicia Universitaria (años sesenta), cuando la “mili” era obligatoria, y en un par de Clubes sociales que, en mi juventud, me permitieron practicar deporte.

Como casi todo en esta vida, apostar por la militancia o no hacerlo no es ni bueno ni malo. En mi caso, además de raíces familiares, mi opción por la no-militancia responde a la decisión de no verme condicionado, ni siquiera mediatamente, por tesis políticas, económicas, culturales, etc. que pudiera no compartir. 

De otra parte, siempre he estado interesado en el seguimiento de la política (aspectos constitucionales, principios configuradores, sistemas electorales, estrategias), la economía, la cultura y el deporte, tanto en el orden internacional como –de manera muy especial como es lógico- en todos aquellos asuntos que atañen a la sociedad y al Estado español.

He ejercitado mi derecho a voto en todos los procesos electorales, a partir del de junio de 1977. No tengo empacho en reconocer que mi voto se ha decantado siempre por opciones centristas, de corte social-liberal, no nacionalistas; esto último por convicción propia y, antes, porque llegué a conocer las dolorosas divisiones que esas “banderías” ocasionaron entre mis antecesores paternos y maternos.

Estamos ante un momento importante en el devenir de nuestro país: en su identidad, en su desarrollo y prosperidad, en una mayor y deseable igualdad social, en la erradicación de la corrupción política y económica y en el reconocimiento configurador de un humanismo que trae sus raíces de los clásicos griegos, del “genio jurídico” de Roma y de la ética cristiana.

Desgraciadamente, ya antes de la pandemia, España, como muchos otros países miembros de la CEE, habían emprendido una ruta bastante alejada de esos principios rectores. En el caso de España, este proceso se ha ido agudizando por la fragilidad de las mayorías parlamentarias, con sus consecuentes “gobiernos en funciones” y sucesivas convocatorias electorales, sin que ninguna fraguase en una opción de gobierno, en solitario o en coalición, estable. Si se añade el denominado “cainismo” que parece caracterizar a los ciudadanos españoles, el resultado es un riesgo no pequeño de pérdida  progresiva de los muchos logros conseguidos en los últimos cuarenta años.

Un movimiento legítimo como el 15-M, consecuente a la crisis de los años 2008-2012, en parte debida a la cicatería de corte calvinista de los “ricos países del norte”, que llevó a la pobreza de muchos y a una flagrante desigualdad social, terminó en la formación de un partido sectario, de ideología “gramsciana” y que ha hecho profesión explícita de un populismo de estilo bolivariano. 

Un gobierno “absentista”, sordo a los legítimos –quizás en exclusivo provecho propio- deseos de una mayor autonomía del gran pueblo catalán, ha propiciado una fractura social que beneficia los extremos: el independentismo unilateral y el españolismo mal entendido, ducho en amenazas y vetos, próximo, en ocasiones, a la xenofobia y a un cierto totalitarismo. Una renuncia mal gestionada a la modificación de la Ley del Aborto promulgada durante el gobierno del señor Rodríguez Zapatero –nueve meses transcurrieron desde que, a propuesta del entonces Ministro de Justicia, el Consejo de Ministros aprobó el Ante-Proyecto hasta su no-explicada retirada-, provocó la desafección de no pocos votantes. Una rampante corrupción (tarde y malamente reconocida) en el propio partido y en las Comunidades de Madrid y Valencia fue la gota que colmó el vaso. La avaricia propiciada por un neo-liberalismo cuyo dios es el dinero, ha propiciado –además de una desigualdad social más allá de lo permisible- la corrupción en todas las instancias, que habitualmente perjudica ante la opinión pública a las posiciones centristas y moderadas, que nunca se han caracterizado por “dominar el relato”.

La pandemia ha terminado por poner de manifiesto el disparatado “ego”,  el narcisismo y el apego a la “poltrona monclovita”  del actual Presidente del Gobierno, junto a su incompetencia, autoritarismo y mendacidad.

 

Usted me dirá: ¿A qué viene todo esto? Lisa y llanamente a que únicamente el partido que preside puede poner remedio a esta situación. Pero, desde luego, el camino no pasa por “amagar y no dar”, como se puso de manifiesto el miércoles 7 de mayo.

No hace falta ser un experto “politólogo” para tener la certeza de que, si el Presidente solicita la semana próxima una nueva prórroga del estado de alarma y, tanto el partido que preside como el de la señora Arrimadas, se decantasen por el “No”, la prórroga saldría adelante con los aproximadamente 180 votos que facilitaron en enero la investidura.

Valore los pros y los contras, escuche a los miembros de su partido que gobiernan en varias autonomías. Es posible que le digan que llevar a cabo un prudente “desconfinamiento” pasa por aprobar un nuevo periodo de alarma, condicionado, limitado y consensuado con las CC. AA. En ese caso, vote “Sí”, sin dejar de expresar su descontento por el mal uso del poder y la deficiente gestión del Gobierno. Es posible que la postura de esos gobiernos autonómicos sea la contraria: en ese caso, vote “No”, pero cárguese de razones y no tema que le vinculen a la extrema derecha; de hecho ya lo está entre quienes quieren hacer de esa afirmación una garantía de su continuidad en el poder.

Espere su momento, que llegará a partir del otoño, cuando el sectarismo de unos y de otros, las luchas por reivindicaciones y cuotas de poder irrealizables… y la sibilina pero fuerte presión de la UE, hagan imposible, de iure o de facto, la aprobación del presupuesto del Estado para 2021. Espere a otoño cuando el número de parados, el número de familias en quiebra, las miles de empresas en situación de concurso o, sencillamente, disueltas, el crecimiento de la prima de riesgo….sean un clamor. Estreche lazos con la canciller Merkel, con el presidente de Francia, huya de italianos y húngaros, sea solidario con portugueses y griegos.

Aproveche la oportunidad de que su partido integra, en solitario o en coalición, el gobierno de CC. AA. que suman más de 21 millones de habitantes, cuatro millones más que las CC. AA. gobernadas por el PSOE. Durante los próximos meses ponga en marcha a su partido y a sus simpatizantes en todo el país; a mi juicio, de manera particular en Aragón, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y Comunidad Balear.

Y, entonces, presente un programa de gobierno serio, sin ceder a las presiones de unos y otros, construya un relato sólido y vea el modo de explicarlo, no en términos bélicos sino desde el sentido común, no prometa lo que no esté seguro de poder llevar a cabo y comprométase seriamente con la búsqueda del mayor bienestar posible de todos los ciudadanos, también de los marginados y de quienes no compartan su programa. Felipe González tenía 40 años al tomar posesión como presidente, Adolfo Suárez y José María Aznar, 43. Los demás son perfectamente “prescindibles”. Usted tiene 39 y dicen que está sobradamente preparado. Escoja a los mejores colaboradores, que no están precisamente entre los aduladores que carecen de alternativa en su vida profesional, sea coherente, solidario e inflexible con cualquier tipo de corrupción.

Quizás, lo que sugiero no sea sino la “cuadratura del círculo”, pero me niego a reconocer que tenga que ser así.

Manuel Olábarri Gortázar

Doctor en Derecho y MBA

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