Maquiavelo en Cataluña

Llevaba, sin embargo, demasiado tiempo latente, encallada en el plúmbeo yunque constitucional del pujolismo -primero- y lostripartits, después; oxidada tras décadas de victimismo pragmático, vista gorda y (sano) cambalache con el Gobierno central. Excálibur, pues, dormía a la espera de Arturo... y efectivamente Arturo, topó con ella.

Así que no sería justo afearle al president la calidad de sus artes o que la trillada argucia funcionara de nuevo con el éxito comprobado, ya que las profecías -con más razón allí donde pervive el folclore- están para cumplirse.

Entenderán además que, tras siete años de tedio y sombra en la oposición, Artur Mas llegaba a la presidencia de la Generalitat con ganas atroces de gastar sillón. Pero la crisis dio la cara y hubo que emplearse a fondo.

Imagino a un Artur Mas febril, inquieto, yéndose a la cama cada noche de aquel 2012 tremebundo abrazado a un desgastado volumen de El príncipe, recitando sus pasajes una vez y otra, como una letanía sedante, inspiradora. En uno de aquellos duermevelas, recordó quizá su promesa de investidura: una transición nacional. Y la quijotada crepitó en su interior aventada por la ocasión maquiavélica:

“Le era necesario a Moisés hallar al pueblo de Israel oprimido en Egipto, para que se dispusiese a seguirle, movido por el afán de salir de su esclavitud. Era menester que Ciro, para erigirse en soberano de los persas, les hallase descontentos con el dominio de los medos, y a éstos afeminados por una larga paz. […] No hay duda sino que tales ocasiones constituyeron la fortuna de semejantes héroes. ”

No sugiero que el president no creyera íntimamente en el derecho a decidir. Sí, en cambio, que su planteamiento inicial sobre el papel debió ser infinitamente menos osado. También que supo explotar en el momento oportuno -con la crisis arreciando y el pueblo sediento de escapismo- las virtudes mercadotécnicas, la potencialidad romántica del concepto para convertirlo en blindaje político: la bendita ocasión de la que siempre sacan provecho los taimados.

Decía además Maquiavelo que los hombres avanzan normalmente por caminos trillados por otros, pero también deben tender a imitar a individuos más insignes o destacados. Han de ser como el ballestero que, viendo imposible alcanzar su blanco, apunta más alto para, en el peor de los casos, conquistar con la parábola descrita su auténtica diana, más humilde. Yo pienso que la de Mas no era efectivamente llegar tan lejos, sino mantenerse dignamente en el poder arrancando quizá algún renglón a la Historia.

Pero se lió y se lió y terminó comparándose sí, pero con Gandhi, Nelson Mandela, Luther King o el rey David. Lo más modesto creo que fue Adolfo Suárez, y puede que también lo más disparatado.

Eximiéndole su megalomanía es indiscutible que Astut Mas (Herrera dixit) es alumno aventajado de Il Machia de Florencia. Aquel razonaba que en toda comunidad coexisten dos inclinaciones: “Una de las cuales proviene de que el pueblo desea no ser dominado ni oprimido por los grandes; y la otra de que los grandes desean dominar y oprimir al pueblo”. El buen gobernante habría de identificarlas y ponderarlas para después congraciarse con una de ellas a fin de que esta respondiera ayudándole a preservar su administración. Dos fuerzas pues: plebe u oligarcas. Mas ha contado con las dos.

 


Como delfín de Pujol heredó la simpatía de la burguesía catalana, una cerrada clase dirigente que no vende precisamente barato su favor: al 3%. Pero es que además de defenderse con soltura en ese dédalo endogámico de negocios y apellidos, goza -como adalid de 'el procés'- del favor mayoritario de los catalanes. Soberbio.

Porque ¿acaso hay fuente de poder equiparable a la que mana directamente del corazón del pueblo? No en vano andan los políticos tan concienciados: hay que escuchar a la gente, hay que pisar la calle, todo es cívico, ciudadano, popular y en comú. Maquiavelo ya hablaba de la importancia capital de hacerse bienhechor de los gobernados, dado que “hoy día los pueblos pueden más que los soldados”. Esto era así en el XVI, y ha seguido siéndolo hasta Pablo Iglesias II.

De manera que Mas ha sabido granjearse lo que para Rajoy sigue siendo una entelequia: un apego popular a prueba de corruptelas y recortes que en el último barómetro del CIS le sitúa como el candidato predilecto de los catalanes para presidir la Generalitat. (¡Para repetir, después de todo!)

No es que tenga patente de corso. Es que la sangre política de Mas -al contrario que la horchata de Rajoy- es caliente. El convergente apostó doble o nada a una sola carta. Dirán que también Rajoy. Sí, pero la carta de Mas es un as imbatible porque vende un sueño y no amargo jarabe de realidad. Además ha sabido vestir de grandeza cada paso, fajándose hasta los límites de lo punible, autoinculpándose de cada hecho consumado. El texto maquiavélico no describe esta actitud como egolátrica sino más bien como una reputación bizarra muy conveniente de cara a la galería: se cae en el menosprecio cuando se pasa por ligero, irresoluto o pusilánime.

Dispuesto a culminar su novena sinfonía, Artur Mas supo escoger la herramienta -el discurso- más conveniente a sus fines: un nacionalismo radical planteado casi como una religión laica, con toda una teología -más o menos inventada- y un relato en el que no falta de nada: tenemos pueblo elegido (y oprimido), pecado original (¿la Constitución del 78?) tierra prometida, un mesías, dos monjas, liturgia televisada y hasta fiestas de guardar cada septiembre. ¿Fuerzas del mal? Las del Gobierno central.

Así que se le podrá criticar falta de honestidad pero en ningún caso de inventiva. Y de todos modos decía el florentino que aquel que engaña con arte halla siempre gente dispuesta a dejarse embaucar. Tanto es así, que al 27-S vamos todos con la burra comprada.

Veremos pues cuál es el desenlace de la arriesgada aventura a la que nos ha abocado Mas que, sin embargo, no ha calibrado un riesgo: la sempiterna amenaza de la traición. Porque el buen gobernante “ha de cuidar siempre de no asociarse a un príncipe más poderoso que él, a menos que la necesidad le obligue […] puesto que si dicho príncipe triunfa se convertirá en esclavo suyo en algún modo”

Que Junts pel Sí cave su tumba quizá sea estos días -en los que todo el país vela armas- la única eventualidad que robe el sueño al Principito de Cataluña.

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