Dependemos de unos pocos

El tacticismo agónico de Rajoy, el afán ambicioso de Sánchez, la arrogancia de Iglesias, el querer y no poder de Rivera. Se dirá que representan, cada uno, a millones o cientos de miles de votantes, de ciudadanos, de la gente. Pero la representación, por oscuros y nunca aclarados vericuetos, acaba en el querer de esos pocos, de sus filias y fobias.

No sé cómo se explicará el odio visceral de Sánchez a Rajoy. Su “no” es “no”.

O los cálculos de Rajoy, que no se resigna a no mandar.

O la chulería de Iglesias que, de primera, ya se puso como vicepresidente y repartió entre podemitas los mejores ministerios.

O la desorientación de Rivera, primero poniendo vetos y después pactando con Sánchez intuyendo que el pacto es casi papel mojado.

Todos dicen que buscan antes que nada el bien de España, el pueblo, la gente, pero no es difícil darse cuenta que pretenden, no tan de soslayo, su propio beneficio.

Entre tanto el país marcha como si hubiera Gobierno, porque hay que trabajar, que educar, que dar de comer, que curar, que llevar a la gente de un sitio a otro, que velar por la seguridad. Es la inercia de la vida, mucho más importante y valiosa que la actividad de la mayoría de los políticos.

Si contáramos con una sociedad civil más fuerte podríamos tener una sociedad política (la de los políticos) menos determinante, y estaríamos menos a la merced del humor de unos pocos.

Son esos cuatro políticos, arrastrando a los suyos, los que nos han metido en un berenjenal que no saben resolver. En su disculpa, al menos parcial, hay que decir que las “condiciones objetivas” no son nada buenas: el intento separatista de los nacionalistas catalanes, la crisis que colea en muchos millones de parados, el peligro de un freno en la economía mundial... Pero se agradecería menos personalismos y más ir al grano.

 
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