El cambio, pero no el que dicen

Un cambio que se vive en una parte aún minoritaria de la sociedad, decidida a votar otra cosa –lo que sea- con tal de perder de vista a los políticos de siempre.

Son, principalmente, gente de menos de 40 años, con la vida no resuelta o resuelta a medias; a lo que se une una parte de los jubilados, por jugar a algo o por esperar que “lo que resulte” suba las pensiones.

Podemos ha recogido muchos de esos votos, pero cuando los votos acaban en una estructura de partido los que mandan son solo unos pocos. Así se explica la rebelión que ya se está dando en varias regiones entre los podemitas, porque las bases o círculos han sido olímpicamente dejados de lado. Las bases, como una escalera, sirvieron para auparlos; una vez arriban, tiran la escalera.

Iglesias se escuda en la provocación, la chulería y las formas hirientes para intentar convencer de que ese es el cambio y el progreso. Pero parte de esa sociedad, que ha traído el cambio, no se puede ver representada en la dirección de un partido que resulta ser, salvo las formas, casi un calco de la dirección de los partidos de la “casta”.

Una prueba, entre muchas, es que, en cuanto han tocado poder, se han apresurado a dar cargos, muy bien pagados, a parejas, sobrinos, padres, cuñados, hermanos, ex novias.

Se se sigue a fondo este razonamiento, la respuesta justa sería la abstención, pero la abstención no resuelve nada, porque los que sean votados por pocos mandarán lo mismo que si hubieran sido votados por muchos.

Lo único que cabe esperar es que el cambio social, que ya se ha dado y que irá en aumento, obligue a todos los partidos a afrontar reformas de fondo: la ley electoral, la independencia y la celeridad del poder judicial, la limitación de los mandatos, el cese de los aforamientos, el castigo de la corrupción con la devolución del dinero... Y, de fondo y siempre, una mejor redistribución de la renta.

Mientras tanto todos los partidos, también los “emergentes” se dedican a espolonearse entre ellos, a ver quien acaba montando a la gallina, una medio desplumada España con el ala catalana medio rota.

 
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