Espiar a todos

Parece que se ha puesto de moda eso de espiarse los unos a los otros, porque hay medios y programas que facilitan hacerlo. Y porque todos llevamos miles de gigas en nuestro bolsillo, en el teléfono móvil o, si no, en el ordenador que tenemos en casa, que sirven para delatarnos ante los demás. 

Desde el punto de vista más positivo, eso se llamaría afán de transparencia; y constantemente hay alguien que siempre la está pidiendo para los demás y no tanto para él, como si fuera el único modo de sobrevivir.

Estamos calcados y, además, la mayoría lo llevamos bien. Que el frutero sepa la fruta que te gusta, después de habértela vendido una y otra vez, no parece que pueda ser inevitable. Mucha gente quiere saberlo todo de los otros, porque, en realidad, los demás son un enigma, al que cuesta conocer del todo. 

Y en este mundo traidor, cualquiera te la podría jugar, sea Putin, Mohamed, o el PNV, apoyando la moción de censura,  las chicas de Podemos o el propio Gobierno, espiándose  sí mismo y a los demás, para ver quien sube y quien baja, y si eso va a afectarme en las próximas elecciones, a mi, o a la gente de mi gobierno que viene descaradamente a por mi.

Dentro de la inflación que padecemos, lo más inflado es la desconfianza, ante el enigma de los demás, que si me van a poder hacer esto o lo otro, sin percibir más que ofensas y desprecios, hasta de los vecinos, a los que espiamos desde la ventana.

Esa desconfianza produce sobre todo miedo y malestar. Y también hay gente que se dedica a fomentarla para tenernos ocupados en algo que nos lleve mucho tiempo y así les molestemos menos. Total, lo de siempre, que no se cura más que fiándose de todos los otros, que no vienen a por tí constantemente.

 
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