¡Sálvese quien pueda!

Desde hace algún tiempo siento que voy más lento en comparación a todos los avances que nos van sucediendo. Cuando logro comprender algo, siento ya me he quedado atrás. Y creo que está pasando algo mucho más preocupante: estamos perdiendo, o ya hemos perdido, la capacidad de pensar sobre el futuro, porque el futuro se está infiltrando en el presente a un ritmo que todavía no entendemos. Antes veíamos Star Trek, Star Wars o Terminator, y nos imaginábamos las máquinas del futuro. Ahora vivimos una especie de convergencia extraña, una sensación de estar habitando un futuro que ya llegó. Y que está invisible, como en las buenas películas de ciencia ficción. El futuro no lo trae Amazon en 24 horas. Llega infiltrado, silencioso. De manera invisible se escurre preocupantemente en la normalidad. En mí normalidad y en la tuya.

Desde que un primate hominoideo, gracias a su dedo pulgar, coge una piedra y comienza a producir una herramienta, la inteligencia operativa era un poder exclusivo de la especie humana. Ya no es así. Ahora hay otra inteligencia que nos va a superar y no en 20 años, sino en muy poco tiempo. Y su siguiente salto sería una superinteligencia que nos dejaría como un desaparecido australopiteco frente a un crío jugando algún videojuego, y diez minutos después esa misma inteligencia va a quedar obsoleta. Claro, esto nos pone en una situación de máxima complejidad, ya que nuestra inteligencia requiere de 20 mil años para poder evolucionar. ¿Quién está pensando esto? ¿Alguien está reflexionando al respecto o impulsando algún tipo de regulación? ¿A alguien le importa esto, le preocupa este punto de inflexión? No, claro que no. Es más importante el tik tok de moda, mirarnos nuestros propios ombligos o alimentar nuestras cuentas bancarias y nuestros egos.

¿A dónde va el mundo? ¿La tecnología al servicio del ser humano o el ser humano entregado y rendido a la virtualidad? No estamos muy lejos de que la realidad aumentada, el metaverso o las experiencias visuales virtuales sean reemplazadas para tener experiencias con los cincos sentidos. ¿Podremos tener una inmersión en un universo virtual, que parezca real (o lo sea) con el que podamos interactuar, tener una identidad incluso, una vida, una casa, una familia? ¿Es una locura o es una posibilidad real? ¿Tendrá algún plan Mark Zuckerberg en este sentido, y por eso ha llamado Meta a su imperio para que con ese nombre genérico todo termine sucediendo allí? ¿Podremos en los próximos años teletransportarnos de un metaverso a otro como el señor Spock de Star Trek, seremos los mismos, seremos otros, seremos anónimos? Estos avances tienen mil implicancias, el tiempo, ¿va a seguir existiendo en esta realidad virtual o nos quedaremos en una especie de suspensión, como si estuviéramos durmiendo, como Jake Sully, el marine parapléjico de la película Avatar? Todo esto va a cambiar a las personas, a todos. No si todo esto es o será útil, sino cómo nos cambiará a todos. ¿Existirán en los próximos años máquinas que parezcan humanas y humanos que parezcan otra cosa? ¿Y la ilegalidad, y las derivadas éticas de todo esto, existirán los actos inmorales, qué pasará con nuestras conciencias, habrá sentimientos, algo así como una ciber-emoción, y el trabajo y los problemas? ¿Ha llegado la inteligencia artificial a un punto de inflexión? La tecnología ha mejorado exponencialmente en los últimos años, y el mundo de los negocios debe prestar atención. No tengo claro si estas preguntas son parte de un tráiler futurista o son dudas razonables y fundadas que hablan de un espacio evolutivo de la humanidad.

Creo que nuestro pensamiento, nuestras reflexiones, nuestro mundo de las ideas, cada vez carecen más de profundidad, de hondura, porque el pensar no se cultiva en la prisa, el atolondramiento y la voluntad de la virtualidad. Se macera en silencio, para volver a pensar de nuevo y entender lo que está pasando y sobre todo lo que viene. 

Ante todo, esto se me ocurren tres escenarios para enfrentar toda esta (re) evolución que se está generando.  El primero es encerrarnos como ostras, como la sociedad amish, y escondernos en algún sitio en medio de la naturaleza resistiéndonos a aceptar todo esto. Una segunda vía es apostar por un salto evolutivo que ofrezca respuestas genéticas para intentar convertirnos en humanos mejorados, delirio eterno de nuestra humanidad. Y la última vía, que todo esto avance a pasos agigantados y no alcancemos a avanzar al mismo ritmo de todo este proceso. 

No quiero vivir con las gafas de la realidad virtual, quiero respirar bocanadas de aire hasta embriagarme, no quiero la prisa, quiero la pausa. No quiero una sociedad habitada por fantasmas, y yo un fantasma más que camina por las calles donde ya no hay realidad porque las pantallas se devoraron todo. Quiero una sociedad real, libre para perderme, para reír, para cantar, llorar, para rezar, gritar, sorprenderme y asombrarme. Una sociedad real. No creo en los iluminados de la virtualidad, del metaverso y de la mal entendida digitalización de nuestras vidas que, con su luz, que transforman en fuego, terminarán incendiando la pradera. ¡Sálvese quien pueda!

 

Roberto Cabezas Ríos

Director de Desarrollo Facultad de Farmacia y Nutrición de la Universidad de Navarra

 
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