Déficit de cultura democrática en ciertas izquierdas europeas

Acabo de leer una amplia información de Natalia Trouiller, publicada el 23/11/2012, en La Vie (del grupo Le Monde), sobre las audiciones organizadas en la Asamblea Nacional francesa sobre el proyecto de ley de "matrimonio para todos". Está previsto escuchar a juristas, sociólogos, psicólogos y pediatras, así como a representantes de diversas asociaciones implicadas en esa discutida reforma del Código de Napoleón.

Comenzaron hace días, y lo menos que se puede comentar es la falta de sentido democrático del responsable de la ponencia, el socialista Erwann Binet. Natalia Trouiller expresa su sorpresa ante la primera mesa redonda, titulada "El enfoque legal": estaba compuesta exclusivamente por juristas a favor del proyecto de ley. Resume luego su perplejidad con esta expresiva frase: "Total: cinco mesas redondas favorables al proyecto; otra con mezcla de partidarios y contrarios, pero con inferioridad numérica de los contra; otra cuyo contenido se ignora y, en fin, una completamente opuesta, la de los representantes religiosos, lo que dará la impresión de que la única oposición proviene de ellos".

Por si fuera poco, la periodista comienza así a describir su segunda sorpresa: "la ausencia de bastantes pesos pesados ​​de las asociaciones implicadas en las audiciones". Menciona expresamente a la gran ausente, Familias de Francia, una asociación que representa a más de 60.000 familias: expresan con claridad que, si la "inter-LGBT" fue recibida con urgencia por el Presidente de la República tras su declaración sobre la libertad de conciencia de los alcaldes, exigen ser recibidos y escuchados con idéntica rapidez. De momento no han tenido éxito en su pretensión. Así se las gasta el jacobinismo.

Parece increíble, pero La Vie, un semanario de centro izquierda, no me ha dado nunca motivos para dudar de su independencia y honradez. Y lo he leído en días en que se montaba cierta campaña mediática contra el nombramiento del maltés Tonio Barg como comisario de sanidad y consumo en la Comisión de Bruselas. No sé si por su talla personal –ha sido ministro de exteriores y presidente del Parlamento‑, o por el triste recuerdo de lo sucedido hace años con el italiano Rocco Butiglione, la Eurocámara dio su conformidad por amplia mayoría: 386 votos a favor, 281 en contra, 28 abstenciones.

Esa mayoría indica que Barg contó con el apoyo de socialdemócratas europeos, lo que les honra. Pues no parece que las convicciones personales ‑menos aún si son cristianas y, por tanto, favorables a la libertad de todos‑ puedan apartar de un cargo a quien reúne con creces los requisitos exigidos. Pero no lo reconocen así más de un izquierdista español. No se les ve capaces de superar el sectarismo: cuando un Parlamento democrático aprueba nombramientos, después de las correspondientes "audiciones" (no es el caso casi nunca en España ni en las comunidades autónomas), la decisión debería merecer máximo respeto. De otra parte, Barg insistió con buen criterio en que la despenalización del aborto o la regulación del matrimonio son competencia de cada Estado, y Bruselas y Estrasburgo deben cumplir el principio de subsidiariedad.

Un comentarista como Andrea Rizzi se apresuró a incluirlo entre los ultraconservadores, que estaría ganando terreno en Europa, y a intentar descalificarlo como "teocon", incluyéndolo dentro de un "conservadurismo duro y anclado en la tradición cristiana". Escribí esto durante el recuento de las elecciones en Cataluña. Y quizá se podría aplicar una cita de Jordi Vaquer, director del Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona: "para desviar la atención de sus políticas económicas, la derecha gubernamental está interesada en animar el debate identitario". El periodista la apostilla aludiendo a la Francia de Nicolas Sarkozy y a la retórica de Copé, recién elegido para dirigir el partido del centro derecha francés; sin excluir, lógicamente, la postura de Viktor Orban en Hungría. No a Artur Mas.

En el fondo, algunos comentaristas poco ecuánimes ofrecen una mezcla de pesar y temor ante la quiebra del "pensamiento único" producida en la Eurocámara, que podría determinar un cierto regreso a planteamientos religiosos. No veo que sea así. Los grandes problemas culturales y sociales de nuestro tiempo no los va a resolver la política ni la apelación a la Iglesia: Benedicto XVI, en línea con el Concilio Vaticano II, no se cansa de insistir en la misión propia de la religión, que nada tiene que ver con mesianismos ni con posturas meramente confesionales. Lo volvió a repetir ayer, en la solemnidad de Cristo Rey.

Aunque, en realidad, el "confesionalismo" está hoy en esas posturas dogmáticas propias del fundamentalismo laicista, y en las presiones contra la libertad de expresión de lobbies minoritarios como los condensados tras la sigla LGBT.

 
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