Elecciones primarias en Francia: el voto destroza los sondeos y expulsa a Nicolas Sarkozy

En Estados Unidos se consolidó hace mucho tiempo el sistema político para elegir a los candidatos a la presidencia federal de los partidos más importantes. En los países europeos se van haciendo intentos en esa línea, con desigual fortuna. Hace cinco años ganó las primarias socialistas en Francia, François Hollande: esa victoria, junto con el declive de Nicolas Sarkozy, contribuyó muy probablemente a su arribada al Elíseo. Ahora la derecha repite el experimento, y elige a un candidato, de entre los siete postulados. De acuerdo con una fórmula muy francesa, se hará a dos vueltas, pues el 20 de noviembre ningún candidato obtuvo mayoría absoluta.

Unos cuatro millones de ciudadanos acudieron a alguno de los 10.228 colegios electorales, atendidos por cerca de 80.000 voluntarios, fruto de un excepcional esfuerzo organizativo, pues no corresponden necesariamente a los habituales de cada elector. No hacía falta ser militante de ningún partido para poder votar: bastaba figurar en el censo a 31 de diciembre de 2015 y haber cumplido 18 años en abril de 2017, fecha de la elección presidencial. En cambio, se establecieron dos condiciones específicas: pagar dos euros –la consulta costará unos ocho millones de euros- y adherirse a la llamada “carta de alternancia”. Esta consiste en una declaración escrita, en la que el interesado afirma que comparte los valores republicanos de la derecha y del centro, y se compromete a favor de la alternancia, para que tenga éxito la recuperación de Francia.

Informadores y analistas eran cautos la víspera, a pesar de la abundancia de sondeos publicados estas últimas semanas. Pesaba mucho en esa actitud lo sucedido en Estados Unidos –antes, también en España-, donde los resultados reales se alejaron más que nunca de las predicciones socioelectorales previas. Se recuerda en ese sentido que una encuesta es solo una imagen imperfecta de la opinión pública en un momento dado, sin valor predictivo. Menos aún en el caso de estas primarias, por ser la primera vez que se celebran y por lo difícil que es calibrar de antemano el grado de participación, más aún en momentos históricos con una acusada tendencia a la abstención.

De todos modos, también por el avance espectacular a última hora de Fillon, había consenso en que las primeras del último domingo proclamarían a dos finalistas –inicialmente, parecía que Alain Juppé y Nicolas Sarkozy-, dejando fuera a un tercero y a los cuatro restantes. Pero nada estaba zanjado, también por la volatilidad de los electores propia de unas primarias, donde no hay “traiciones”, porque se elige dentro de una misma familia política. Basta pensar en la evolución de los resultados de los sondeos: Alain Juppé ha ido siempre por delante de Sarkozy. La brecha llegó a ser de once puntos en octubre, pero se redujo a siete en noviembre. Pero si en octubre François Fillon estaba a dieciocho puntos de Sarkozy, en antevísperas la distancia se ha reducido a siete. Y ha saltado la sorpresa, al recibir el 44% de los votos, según los resultados provisionales, en detrimento del ex-presidente de la República, que muy probablemente abandonará la política activa tras esta gran decepción.

Los tres finalistas eran figuras relevantes de la vida pública francesa en la V República post Mitterrand, durante el predominio del partido gaullista RPR, refundado recientemente como “Los republicanos”. Fueron primeros ministros con Chirac o con el propio Sarkozy. Cada uno tiene sus propias características, bien resumidas didácticamente en el editorial de Le Monde del día 19. Antes de evocarlas, no está de más señalar que los electores decidirán en buena medida quién será más capaz de vencer a Marine Le Pen, en la hipotética segunda vuelta de las presidenciales de abril. Los tres plantean reformas más o menos técnicas en materia de protección a la familia, de diverso alcance, pero aceptan el nuevo concepto de matrimonio incluido por Hollande en el Código civil, que tampoco alteraría la candidata del Frente Nacional.

Alain Juppé es quien enlaza quizá más directamente con De Gaulle y el orgullo republicano y laico –no laicista- de la gran Francia, como los democristianos alemanes. Nicolas Sarkozy tiene el lastre de ofrecer de nuevo objetivos que no logró en su mandato, pero la capacidad de recuperar –con cierta imagen bonapartista- a electores proclives al Frente Nacional. En fin, la coherencia histórica del sufrido François Fillon se aproximara más a las clases medias conservadoras, que añoran valores de raíz cristiana, también en el plano de la política económica.

Los candidatos plantean enfoques y modos de actuar diversos, dentro de una concepción conservadora: recuperación del prestigio de Francia en Europa, con equilibrio entre Washington y Moscú, y aceptación del Estado del bienestar. Desde luego, más próximos al actual partido socialista que a la extrema derecha en alza.

Fillon ha conseguido un 44% de votos, 15% más que Juppé. Y Sarkozy, que obtuvo más del 20%, ha prometido apoyarle en la segunda vuelta. Se comprende que el primer sondeo difundido al final del domingo, le dé vencedor en la segunda vuelta. Pero habrá que esperar una semana para conocer al probable sucesor de Hollande.

 
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