Posibles pactos para superar el declive demográfico de Europa

Quizá destaca la alarma suscitada en Francia, aunque sigue en el grupo de cabeza de la fecundidad (1,88), aun sin llegar al 2,1, indispensable para asegurar el relevo de las generaciones. A la vez, en Italia, el Foro de la Familia lanza el proyecto de pacto por la natalidad: una gran oferta a todos los partidos a punto de comenzar la campaña electoral.

Ese tipo de pacto exige algunas condiciones decisivas: de una parte, la propia cultura de consenso político, tan distinta en unos países y otros; basta pensar en Alemania, donde el partido socialdemócrata acaba de aceptar la continuidad de la gran coalición con la democracia cristiana, para asegurar la gobernabilidad del país; de otra parte, los contenidos: en el Estado germano, a pesar de la capacidad de pacto, se mantiene el invierno demográfico (ni nos acordamos ya del año del siglo pasado en que llegó al crecimiento cero, sólo atemperado por la abundante inmigración).

Traer hijos al mundo es una decisión personal y familiar íntima, que se resiste a la injerencia del Estado: no por eso dejan de promoverse normas de signo diverso que entorpecen o favorecen la natalidad, sin quitar responsabilidad a los padres, salvo el caso extremo de naciones totalitarias, como China, con la desastrosa política del hijo único, ahora derogada: pero ha hecho tanto daño cultural y social que la derogación de la ley no basta para recuperar los nacimientos.

Estos días, en Francia se renuevan las críticas a la política familiar de François Hollande, como si fuera responsable del paso atrás. Y no se excluye a Emmanuel Macron, quien parece continuista en este punto; quizá le hagan mella las opiniones de los demógrafos, y adopte otra postura, dentro de su conocida capacidad de síntesis de contrarios.

No está de más recordar algunos datos, aunque son bastante conocidos. Muestran la conexión entre desempleo, política familiar y nacimientos, y justifican la adopción de medidas políticas que traten de superar un declive humano que no dejará de tener consecuencias en la vida social y, no digamos, en la financiación de las pensiones.

Seguramente el nuevo pacto de gobierno alemán contribuirá a seguir mejorando la línea que arrancó desde el primer mandato de Angela Merkel, con el permiso parental retribuido y el aumento de plazas de guarderías, aparte de la consolidación del empleo. La tasa de fecundidad ha aumentado hasta 1,5 hijos por mujer, nivel de 1982. Pero sigue dependiendo mucho de la inmigración: la tasa de las mujeres de origen no alemán fue de 1,95 en 2015.

En cambio, Italia no levanta cabeza. Se incrementa el saldo negativo de la población (más defunciones que nacimientos). El partidismo arrumbó proyectos bien intencionados, como la campaña del fertility day. La mitad de las mujeres entre 18 y 49 años no tiene hijos. Aunque hay una mejora respecto del alarmante 1,2 de los noventa, sigue en el 1,35.

Se trata de un problema global, que exige soluciones prácticas. No bastan pomposas declaraciones en línea del “plan integral para la familia” de los tiempos de Aznar, no concretado en los diarios oficiales. Se comprueba en el caso de Polonia, con una de las tasas de fecundidad más bajas de Europa: 1,36 en 2016. Tienen que seguir mejorando el empleo, los salarios, la vivienda, porque no todo depende de las convicciones religiosas ni de las políticas identitarias del actual gobierno. Por contraste, Irlanda se mantiene en primer lugar, con 1,9 hijos por mujer en 2016, aunque la tasa ha descendido.

La importancia de la política se advierte también en el Reino Unido, donde los gobiernos conservadores han frenado el crecimiento, que había llegado a 1,94 hijos por mujer en 2012, en aras del equilibrio presupuestario. La supresión de ventajas y prestaciones en favor del tercer hijo, parece haber contribuido al actual 1,8 que, aun así, resulta envidiable frente al 1,34 de España.

 

Ciertamente, no es unívoca la interpretación de los datos demográficos de los países europeos. Pero, aunque no sea competencia de la UE, el problema merece más atención en la opinión pública y en los parlamentos que otras cuestiones sobre procreación o familia menos importantes.

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