La Universidad de Chicago se compromete a promover las libertades

Fue un gran análisis, no sólo de las universidades americanas, sino del declive cultural de fondo de aquel gran país al final de los años ochenta. Argandoña dedicaba atención a un texto que leyó en su día, porque ha sido comentado de nuevo por Sean Collins: “denuncia que Bloom sigue mal entendido y denostado, por las izquierdas y por las derechas. Y concluye: ‘las tendencias negativas que Bloom identificó en la educación superior no han dejado de empeorar desde entonces. Y la crítica de Bloom sigue resonando’”.

Bloom ofreció un duro estudio del incipiente fenómeno de lo “políticamente correcto” en los centros académicos. No podía imaginar hasta qué punto se convertiría en “políticamente impuesto”, cuando proliferaron decisiones, sentencias o leyes que castigaban, incluso jurídicamente, a quienes defendían lo contrario. En las universidades, autoridades académicas y profesores veían truncaba su carrera, condenados al ostracismo, cuando no simplemente despedidos.

El alma mater perdía así buena parte de su razón de ser: la capacidad de investigar e innovar científicamente a través del libre ejercicio del pensamiento sobre las realidades humanas, la naturaleza, la cultura, la historia. El estilo universitario renunció a la racionalidad que busca la verdad posible, y una previsible evolución llevó del relativismo de cuño sofístico a la opresión de las voluntades que se alzaban con los diversos poderes. Resultó inevitable el tránsito de la democracia a la dictadura.

No faltan situaciones grotescas, al menos vistas desde este lado del Atlántico, como las manifestaciones de alumnas en Harvard, para protestar contra el rectorado dispuesto a erradicar, como discriminatorios, los tradicionales clubs single-gender, incluidos los femeninos. Ellas los defendían públicamente en el campus con pancartas y eslóganes, cuando, por paradoja, Harvard tiene por ver primera en su historia una mujer como presidente.

Ciertamente, se trata de una cultura con rasgos diferenciales propios. Así, universitarios de Austin batallan en minoría contra la entrada en vigor de la ley que autoriza el uso de armas de fuego incluso en las aulas de las universidades públicas del Estado de Texas. Otra paradoja: coincide con el quincuagésimo aniversario de la primera matanza sufrida por un ateneo americano, cometida en 1966 por un ex-marine que causó catorce muertos y decenas de heridos. Para los partidarios de la ley, según contó en su día la prensa, “se trata de una cuestión de seguridad personal”. Pero no cuentan con el apoyo del presidente de la Universidad.

En ese contexto, está teniendo mucho eco la carta enviada por el decano de estudiantes de la Universidad de Chicago a los nuevos alumnos: les explica su compromiso con la libertad de investigación y de expresión, y les previene ante posibles disgustos, porque esa libertad académica resulta incompatible con los safe spaces, o los trigger warnings, posibilidad práctica de evitar en las aulas asuntos, enfoques o lecturas, que puedan perturbar la sensibilidad de quienes se sienten discriminados o víctimas de prejuicios por razones étnicas o de género. “Animamos a los miembros de la comunidad académica a hablar, escribir, escuchar, cuestionar y aprender sin miedo a la censura. Civilidad y respeto mutuo son vitales para nosotros, y la libertad de expresión no significa vía libre para acosar o amenazar a otros. Como veréis, exigimos a los miembros de nuestra comunidad implicarse en debates rigurosos, diálogos e, incluso, desacuerdos”.

La carta incluye un enlace al informe aprobado en 2015 por el comité sobre libertad de expresión en la universidad, para definir una política oficial de la de Chicago en este campo. Ese documento establecía claramente que no es misión suya “intentar proteger a las personas contra las ideas y opiniones que consideren inoportunas, desagradables o, incluso, ofensivas”.

Mensajes semejantes han sido enviados este curso por presidentes de otros centros académicos, según un reportaje del mensual británico Times Higher Education, como Yale University, de New Haven, o Bowdoin College, universidad privada de Maine. El objetivo es recuperar para las universidades la condición de crisol donde se confrontan ideas y se forjan mentes libres. Se trata de reaccionar, de acuerdo con el presidente de Chicago, porque en la educación superior está en peligro la libertad.

Los partidarios de espacios de seguridad los justifican como protección ante discriminaciones o abusos. Pero no parece que sean compatibles con la libertad académica. Merecen respeto los “espacios libres de humo”. Pero no hay coincidencia posible con esos “espacios libres de pensamiento”.

 
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