La apertura de Cuba a la comunidad internacional

Sin duda, el papa Francisco seguirá impulsando la normalización, especialmente durante su estancia en Cuba y Estados Unidos en septiembre próximo. Fue ya importante la visita de Raúl Castro al Vaticano, con sus declaraciones públicas favorables al catolicismo, que forma parte de sus raíces vitales.

De momento, todo contribuye a fortalecer la esperanza de futuro, aunque las realidades concretas no son en modo alguno espectaculares, en el doble plano de las libertades civiles y de la recuperación económica de la población. Basta pensar en la persistencia del embargo económico establecido en 1962  aun mitigado en algunos aspectos prácticos , así como la devolución a Cuba de los terrenos de la base naval de Guantánamo (un toponímico que evoca el incumplimiento de una de las grandes promesas en campaña de Barack Obama), ocupados desde el tristemente famoso año 1898. Con un planteamiento que recuerda el de Grecia respecto de Alemania, el castrismo intenta sacar partido económico, de modo que “se compense al pueblo cubano por los daños humanos y económicos provocados por las políticas de los Estados Unidos”.

Menos mal que la Secretaría de Estado decidió quitar a Cuba de la relación oficial de países patrocinadores de la violencia terrorista. La isla había sido colocada en esa lista negra en marzo 1982, de acuerdo con Ronald Reagan, por su apoyo a las guerrillas marxistas de Centroamérica, especialmente en El Salvador y Nicaragua.

Ante la noticia de la reapertura de legaciones diplomáticas, la congresista republicana por Florida, Ileana Ros-Lehtinen, se apresuró a criticar al presidente por el carácter cosmético –a su juicio  de la medida: no contempla la difícil situación de la isla ni el incremento de la represión, que debería ser condenada por Washington.

Si en el Congreso estadounidense hay división sobre la política con Cuba, las dificultades de la transición plantean también importantes dilemas a la oposición interna, sobre todo, porque el Régimen más bien ha aumentado la presión sobre los disidentes, como se comprobaba a finales de mayo con la detención de Damas de Blanco, esposas de presos políticos, al salir de misa en la iglesia de Santa Rita de La Habana. También en este punto, resulta inevitable recordar las vacilaciones de los grupos democráticos de España en los años finales del franquismo: desde los primeros pasos del “asociacionismo” hasta la ley de reforma política, auténtica piedra angular de la transición. Habrá que ver hasta dónde llega Raúl Castro cuando admite la necesidad de un cambio electoral, para favorecer una representación pública más pluralista.

En esa línea, se comprometió en su día a conseguir para 2020 el acceso a Internet de todos los cubanos: sólo el 3,4% de los hogares estaba conectado a la Red en 2013, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Ahora se ha dado un primer paso, con la apertura de redes “wifi”: el monopolio de telecomunicaciones instaló transmisores inalámbricos en edificios de una de las calles más populosas de La Habana –a lo largo de 400 m. , así como un total de 35 “espacios wifi” en 16 ciudades del país. Poco a poco, los ciudadanos se van haciendo con ordenadores y móviles, y pueden comunicarse con personas del exterior, si tienen recursos para pagar las cuotas fijadas por el servicio público de mensajerías. De momento, se beneficia sólo una minoría pudiente. El avance técnico no supone la desaparición de la censura: el gobierno mantiene la prohibición para sitios web y software, como Skype. Pero la experiencia de otros países autoritarios muestra que la expansión electrónica resulta imparable. Y reforzará los ámbitos de libertad ciudadana.

A mediados de mayo, acudió a Cuba el presidente francés, François Hollande, y se entrevistó durante una hora con el “líder máximo”. Como afirmaron los críticos de ese viaje oficial –incluido el diario Le Monde , Fidel Castro, aunque haya cambiado el uniforme militar por un chándal deportivo, sigue siendo el símbolo de un régimen dictatorial y policial, que durante decenios ha ignorado los derechos humanos y continúa encarcelando a sus oponentes y sofocando las libertades. Tal vez como en España, la solución democrática definitiva deba esperar a la muerte del dictador. Pero, poco a poco, crecen los motivos de esperanza, y va adelante, aun a cuentagotas, la gran petición de Juan Pablo II en su viaje a la isla en 1998: que el mundo se abra a Cuba, y Cuba al mundo.

 
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