El capitalismo renano tras la estela del anglosajón

La de esta parte del mundo, más regulada y con mayor capacidad de control, frente a la excesiva libertad del ámbito anglosajón: llegó a extremos inusitados con la crisis económica, los escándalos y la quiebra de grandes empresas. Basta pensar en la mítica Metro-Goldwyn-Mayer, o en el banco de inversión Lehman Brothers, o en las sociedades de energía Texaco y Enron.

Estos días, el escándalo de Volkswagen saca a la luz las miserias del capitalismo renano..., a partir de una empresa que había batido en 2014 su marca de beneficios (más de once mil millones de euros), y había adelantado a Toyota en 2015, convirtiéndose en la primera vendedora mundial de coches. El grupo alcanza un volumen de negocios de doscientos mil millones de euros al año, con seiscientos mil trabajadores y doce marcas de camiones y coches. El presidente ejecutivo Martin Winterkorn hizo una declaración pública, “asombrado de que malas prácticas de tal magnitud fueran posibles en el Grupo”. Lo asombroso es su desconocimiento, y su dimisión “en interés de la empresa, a pesar de que soy consciente de ninguna mala acción por mi parte”.

Entre las múltiples virtudes del capitalismo alemán, figura el amplio margen de cogestión, de participación del personal en las decisiones empresariales. Ahora se confirma la existencia de otra cogestión –presiones, connivencias del capital con la política. Hasta el punto de que la película puede no terminar con la dimisión del presidente de la sociedad. Podría llegar a socavar la estabilidad del propio gobierno alemán, por no haber tomado medidas a pesar de conocer desde el otoño de 2014 que las emisiones contaminantes reales eran superiores a los datos reflejados en laboratorio. Según una práctica más propia del sur que del norte –¡tanto se ha reprochado a Grecia!, el ministro de transportes contestó a las críticas implacables de los verdes diciendo que se había enterado de la mala praxis de Volkswagen por la prensa...

En todo caso, muestra la feroz competencia de las empresas para ganar clientes, que no siempre se consiguen con rigor ético, tampoco en Alemania. Las exigencias de la cuenta de resultados llevan a justificar cualquier medio en aras del beneficio. No excluye lo que Il Sole 24 Ore llama “sistema alemán de colusión”, que minaría desde dentro la imagen de seriedad y respetabilidad de la industria y la sociedad tedescas. Así se deduciría también de casos no lejanos en el ámbito de la banca privada y pública.

Más de uno pensará estos días en la continua referencia del papa Francisco a la necesidad de atemperar éticamente el sistema capitalista, un aspecto de su magisterio, coherente con la doctrina social de la Iglesia. Seguramente lo habrán entendido mejor después de oírle algunos representantes estadounidenses suspicaces en vísperas del viaje a Cuba y EEUU.

Por paradoja, el caso Volkswagen viene precisamente de América, donde existen mecanismos importantes de protección de los consumidores. Habían afectado ya a otras compañías germanas, como Siemens o Deutsche Bank. Han sido más eficaces que Europa, incluso en el ámbito deportivo, como se vio con el dopaje de Lance Armstrong, o la asignación escandalosa del Mundial de fútbol a Qatar, con la consiguiente crisis en la cúpula de la FIFA.

Los propios empleados de Volkswagen no salen de su asombro en Wolfsburg. Compartían hasta ahora la confianza en su empresa, reflejada en campañas de publicidad que subrayaban la honestidad y la eficacia del made in Germany. Pero, una vez más, la falta de ética pasa factura, rompe imágenes consolidadas… y puede acabar afectando a la cuenta de resultados.

Sobre las razones de ese fatal comportamiento, que iguala los capitalismos, Antonio Argandoña publicó el día 23 en su blog un artículo esclarecedor que concluía así: “Hay más, muchos más, argumentos. Insisto: no basta decir que eso está mal, hay que tratar de entender por qué alguien hizo algo mal –alguien, no: muchas personas, en muchos lugares distintos, durante mucho tiempo, y mirando hacia otro lado. Si no, no seremos capaces de arreglarlo. Lo que ahora harán es incrementar los controles y los costes, pero el problema no está ahí”.

 
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