Decae la pena de muerte en EEUU a pesar de los radicalismos

Tal vez Estados Unidos no sea ya el gendarme del mundo, pero continúa ocupando el centro –no siempre ejemplar- de muchas transformaciones culturales y sociales contemporáneas. Berkeley precedió al París del 68. En el nuevo milenio, sus errores en el campo financiero influyeron negativamente en la economía globalizada, como después su intento, no sólo retórico, de recluirse en los cuarteles de invierno del America First. Pero los grandes avances tecnológicos del siglo XX, especialmente en la comunicación, constituyen el núcleo del futuro, a pesar de posibles abusos. Se puede decir que del otro lado del Atlántico llega lo mejor, aunque a veces también lo peor.

En su primer y agudo contrapunto del año, Ignacio Aréchaga muestra en Aceprensa las visiones contradictorias que se proyectan sobre EEUU. Las críticas más acervas de su historia y de su realidad vienen de ellos mismos: un país racista, opresor de las minorías, lastrado por un capitalismo voraz. “Sin embargo, en sus fronteras centenares de miles de personas de todo tipo de razas y nacionalidades pugnan por entrar en el país e incorporarse a esta amenazadora experiencia”.

Paradójicamente, aquella demoledora autocrítica alcanza al primero de los derechos básicos de la persona: la libertad religiosa. En el que fuera en su origen Eldorado de la tolerancia frente al principio europeo del cuius regio eius religio, crecen iniciativas y batallas para defender esa libertad que caracterizó a los fathers founders. Se multiplican por eso los casos que llegan al Tribunal Supremo de Washington. Entretanto, a mi entender, el virus infecta a las propias confesiones religiosas, como se puede comprobar en los textos ecuménicos que ha elaborado el consejo de las iglesias de Minnesota para preparar la semana de oración por la unidad de los cristianos: sorprendentemente, la han asumido como orientación universal tanto el Consejo mundial de las Iglesias como el correspondiente dicasterio vaticano.

En otro orden de cosas, la abolición de la pena de muerte es uno de los puntos en que parece casi imposible llegar a una mayoría decisiva en el ordenamiento jurídico americano. Ciertamente, no corren tiempos favorables a la unidad: basta pensar en el espectáculo que acaban de ofrecer los republicanos en la cámara de representantes: han necesitado demasiadas votaciones y no pocas noches de negociación interna para llegar a la elección del Speaker. Asusta un tanto el incremento de poder de las alas radicales dentro del actual bipartidismo: tienen peso suficiente para imponer buena parte de sus tesis, desde Obama a Biden, pasando por Trump. El riesgo no irreal es que acaben rompiendo esa tradición bipartidista tan anglosajona, y se aproximen a países europeos abocados a gobiernos de coalición. 

A pesar de todo, el año nuevo arranca con la buena noticia de que la pena capital descendió significativamente en 2022: sólo 18 ejecuciones en el año, el número más bajo desde 1991 -si se exceptúa el casi parón en tiempo de pandemia (17 en 2020; 11 en 2021)-, muy lejos del récord de las 98 en 1999; además, las solo veinte condenas a muerte de 2022 se alejan del pico de las 295 de 1998. Aunque la pena de muerte es legal aún en 27 Estados, sólo seis la aplicaron el año pasado: Texas y Oklahoma (cinco cada uno), Arizona (tres), Missouri y Alabama (dos), Mississippi (una). En varios casos, las ejecuciones fueron acompañadas de incidentes que aumentaron el sufrimiento de los condenados, y apoyan en la opinión pública el abolicionismo.

Todos aquellos Estados tienen gobernadores del partido republicano. El campo demócrata ha ido avanzando en abolición o, al menos, suspensión de las ejecuciones. Los últimos en unirse han sido Virginia y Colorado. De ahí la decepción con Biden, cuando quedan pendientes de ejecución 2.414 condenados -51 mujeres-: se esperaba que, al menos, conmutara la pena de muerte de 44 reos de la justicia federal, que están en el corredor de la muerte en un presidio de Indiana. Y que no se opusiera a la resolución adoptada el 15 de diciembre en la ONU sobre la moratoria internacional de la pena de muerte. 

No es posible lanzar las campanas al vuelo. El debate sigue vivo. Muchos líderes americanos temen que se cumpla el viejo adagio que anuncia el suicidio del político contrario a la pena de muerte. Pero hay muchos motivos para el optimismo, sobre todo, si los republicanos se centran.

 
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