Se despliegan ejércitos para defender fronteras de invasores pacíficos

Varios migrantes son atendidos por personal sanitario tras saltar la valla de Melilla en marzo de 2022.
Varios migrantes son atendidos por personal sanitario tras saltar la valla de Melilla en marzo de 2022.

La historia parece repetirse. ¿Cómo no pensar en la caída del decadente imperio romano ante la presión de pueblos antes ocupados o controlados? En tiempos recientes se van concatenando informaciones sobre el recurso a los ejércitos para impedir que crucen la frontera multitudes de visitantes no deseados.

Ante la magnitud del fenómeno, cuesta distinguir entre refugiados y emigrantes. Y los moderados no acabamos nunca de evitar la sorpresa ante el hecho de que las decisiones más radicales, que disminuyen e incluso violan derechos humanos básicos, procedan de gobiernos de izquierda. La ingenuidad impide el reflejo que llevaría a reconocer el cinismo de quienes hacen con más energía lo que criticaron con dureza a sus predecesores. Se produce así la paradoja de que la izquierda chilena lleve el ejército a las fronteras para controlar la emigración ilegal provocada por la dictadura, supuestamente izquierdista, de Venezuela.

Porque en las migraciones de nuestro tiempo, como en los orígenes de los actuales Estados Unidos, hay un gran componente de huida ante los horrores de las guerras civiles y la intolerancia de gobernantes que hablan del pueblo, pero lo dejan en la estacada. El abandono de las raíces no pretende solo buscar un mejor futuro para los hijos, sino evitar la opresión o el hambre del presente. Lo terrible es cuando se entrecruzan las causas, como en el caso de los venezolanos: sin libertad ni medios de subsistencia.

Cuesta admitir, pero es la realidad, los argumentos del gobierno de Chile para desplegar su ejército en el norte. Al justificar medidas autoritarias, reflejan quizá sin querer tics racistas y xenófobos, que parecían exclusiva de la extrema derecha de países desarrollados como Francia o Alemania. Incluyen la afirmación de la defensa del orden y la seguridad, frente a la criminalidad creciente que viene de fuera...

Fenómenos y actitudes semejantes se repiten en las fronteras: por ejemplo, sin ánimo exhaustivo, en Estados Unidos y México, el Magreb, Sudáfrica, Costa de Marfil, Sudán, Siria y Turquía... Y en las múltiples peripecias del Frontex, que debería defender las fronteras de la Unión Europea en el Mediterráneo, a falta de una política común en materia de migraciones.

Así se producen, cada poco, conflictos entre países mediterráneos, como el más reciente francoitaliano. El 4 de mayo, el ministro de exteriores italiano, Antonio Tajani, canceló la reunión prevista con su colega francés, Catherine Colonna, para mayor inri, antigua embajadora francesa en Roma. La causa, las palabras del impetuoso ministro del interior, Gérald Darmanin, que acusaban a Giorgia Meloni de mostrarse incapaz de aplicar las medidas prometidas en campaña para resolver los problemas migratorios, con una puntadita que la emparejaba con Marine Le Pen. Pero, ante el desembarco de emigrantes, multiplicado por cuatro, también Elisabeth Borne anuncia la formación de una border force, coordinación de policías, aduaneros y soldados..., en un país orgulloso históricamente de su capacidad de asilo...

El dramatismo y la complejidad del problema pone en primer plano una de las dolencias actuales de los sistemas democráticos: el uso partidista –más o menos electoralista- de los miedos sociales, frente a la necesidad de políticas de estado para encauzar tantas cuestiones básicas de la convivencia ciudadana.

El exceso de visceralidad y cortoplacismo impide admitir realidades obvias: ante el invierno demográfico y las transformaciones culturales, los emigrantes son indispensables para atender trabajos que no exigen especial cualificación y desprecian los nacionales, por considerarlos degradantes o simplemente mal retribuidos. No parece ético dificultar ese tipo de migración, mientras se fomenta la de especialistas, por ejemplo, en el campo de la sanidad, con evidente efecto negativo para los países de origen.

La complejidad permite agazaparse tras la diversidad de argumentos: cooperación al desarrollo, diplomacia para erradicar mafias, lucha contra la corrupción en el tercer mundo... Pero no hay soluciones válidas si todo se valora con óptica de partido, que excluye políticas de estado al servicio, con perdón, del bien común. Es quizá también la causa de que no se consiga promulgar criterios compartidos dentro de la UE, por encima de soberanías o identidades nacionales.

 
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