La enseñanza obligatoria no produce por sí sola integración social

Pero tal vez no sea de recibo tanta referencia a la educación como remedio para cualquier problema social más o menos acuciante: desde las violencias diversas a la seguridad vial. Aprender la ortografía tiene más enjundia social de lo que parece a primera vista.

En esa línea, llama la atención el debate surgido en Francia a raíz de un artículo del economista Thomas Piketty en Le Monde del 7 de septiembre. Afirma que el nivel de segregación social en las escuelas alcanzó alturas "inaceptables", sobre todo en París. Se basa en datos estadísticos, más que en ideas de fondo, con unas conclusiones en parte previsibles para quien se muestra partidario de lo público y desconfía de la iniciativa privada. En realidad, la preocupación por la integración viene siendo denominador común de todos los gobiernos, sindicatos y confesiones religiosas. Si no se avanza, preciso es plantearse de raíz las causas, evitando amenazas que pueden desencadenar una arcaica y apaciguada “guerra escolar”.

Con características diversas en distintos momentos, no acaba de apagarse la eclosión de violencia que apareció en octubre de 2005 en las barriadas de la periferia de París y en otras grandes ciudades. Conflictos que en principio parecían pequeños dieron lugar a reacciones desaforadas: mostraban la amplitud de la insatisfacción entre los jóvenes, en gran mayoría hijos de inmigrantes.

Aquel desorden resultaba desconcertante para una mentalidad caracterizada siempre por su confianza en el ejercicio de la razón. Por eso, gobierno y oposición coincidieron en soluciones para resolver el problema. No se sabía quién era más partidario de la mano dura, si el entonces ministro del interior Nicolas Sarkozy, o la estrella emergente del partido socialista Ségolène Royal. Ésta llegó a plantear que se sometiera a la disciplina del ejército a delincuentes de menos de 18 años.

Coincidía con una época en que Francia venía haciendo un serio esfuerzo de integración social en el sistema educativo. Por entonces, se subrayó el creciente número de alumnos procedentes de las zep -las zonas más deprimidas-, que habían ingresado en las famosas "grandes escuelas" del país vecino. Desde entonces, no deja de hablarse de la mixité en el plano escolar, pero las medidas distan de ser eficientes, quizá en parte porque se olvida un aspecto esencial: la educación resulta, al cabo, cuestión de los padres. Y mientras no crezca una efectiva integración en la convivencia social por parte de las familias más desfavorecidas, el sistema educativo no colmará esas diferencias.

Las autoridades lograron a duras penas frenar y encauzar el conflicto en Francia, reflejo de muchas carencias sociales en esas zonas urbanas, que aún permanecen: fracaso escolar, desempleo, pobreza, desintegración familiar, discriminaciones. Se han invertido miles de millones de euros en unos seiscientos barrios periféricos de Francia, donde viven ocho millones de personas, más de la mitad inmigrantes. Ha mejorado la integración, pero sin tocar fondo en materias fundamentales, agravadas además por el desarrollo de la delincuencia y el narcotráfico. En contra del mito francés de la igualdad republicana, se descubren cada vez más guetos al estilo americano. Mucho tiene que ver el fracaso de la “zonificación” en la admisión de alumnos, que difícilmente corregirá un nuevo algoritmo, promovido por la autoridad académica de París.

El economista Yann Algan, profesor en Sciences Po, especialista en políticas educativas, subraya la insolidaridad social que refleja una falta de confianza en los demás, presente también desde la escuela en la relación entre maestro y alumno. Ciertamente, puede fomentarse más espíritu de cooperación en los centros educativos, pero hace falta antes que ese estilo prevalezca en el conjunto de la sociedad, en la Administración pública y en las empresas.

En una entrevista recordaba la fe en que la escuela corrija las desigualdades, sin reproducirlas ni menos aún amplificarlas. En las zonas urbanas periféricas, es casi la única institución pública que subsiste. Se confía en ella como último remedio. Después de esperar tanto –demasiado- de la escuela, “nada puede explicar por qué amplifica, como sucede hoy, las desigualdades”.

La ministra de educación, Najat Vallaud-Belkacem, afirma acertadamente que no interesa buscar responsabilidades. El desafío de la integración es tan importante que “requiere rechazar visiones maniqueas y buscar la cooperación de todos, no chivos expiatorios”.

 
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