De la guerra nuclear a la guerra psicológica

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, según la famosa provocación de Clausewitz, se comprende –aunque no se aplauda- la falta de veracidad, el esfuerzo continuo para engañar al enemigo; al menos, para sorprenderlo, como elemento esencial de viejas tácticas que parecen seguir vigentes. Confirmaría otra frase clásica, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917: la primera víctima de la guerra es la verdad. Winston Churchill fue muy consciente en el tiempo de la segunda guerra mundial: la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras.

No hace muchos años asistimos al gran festival de las armas de destrucción masiva, que acabaron con el régimen de Saddam Husein en Iraq, una hipoteca que los habitantes de ese antiguo país siguen pagando. Resulta casi imposible no evocar la memoria de George W. Bush, al ver la insistencia en puntos de vista poco verosímiles por parte de Joe Biden y, sobre todo, Vladimir Putin.

Da la impresión de que se miente y se acusa al contrario de mentir. Putin tiene especial experiencia de sus tiempos en KGB, e insiste en detalles de hecho mínimos para asegurar que no desea la guerra, y exigir a la OTAN y a los antiguos países satélites de la URSS renunciar a sus derechos soberanos. Biden, por su parte, no cesa de criminalizar al líder ruso, también por su insistencia en apoyar la independencia de Donbass y Luhansk, el separatismo de la zona pro-rusa del este de Ucrania, en combate contra Kiev desde 2014.

Putin ha llegado a denunciar un “genocidio” contra los pro-rusos de Ucrania, como pretexto que sirve para todo. Podría seguir provocando incidentes, como bombardeos a escuelas o la evacuación de población civil hacia Rusia ante las supuestas acciones de Kiev.

El presidente americano oculta los intereses que le mueven a evitar la presencia rusa en esa región, mientras la acepta pacíficamente en otros conflictos regionales, como el de Siria.

La apelación a la soberanía de Ucrania -o de los países que dejaron el pacto de Varsovia y se adhirieron a la OTAN- es justa, pero tal vez insuficiente en el plano dialéctico. Sobre todo, cuando Olaf Scholz y Emmanuel Macron no tienen en su programa la entrada de ucranianos y georgianos en la alianza atlántica.

No es fácil comprobar si es verdad o mentira la retirada de tropas de Ucrania que afirma Putin, cuando Washington informa de que el contingente ruso habría aumentado en unos siete mil soldados en los últimos días. Cuando desde América se insiste en que tienen nuevas pruebas de la movilización rusa, resulta inevitable recordar afirmaciones semejantes de Bush sobre Iraq..., también porque se reitera el apoyo de Londres: fuentes militares de Gran Bretaña habrían visto, camino de la frontera, blindados, helicópteros e, incluso, un hospital de campaña.

No se puede olvidar tampoco la rapidísima invasión y anexión de Crimea en 2014. Rusia tiene ciertamente, por su posición fronteriza, capacidad de actuar sin previo aviso: en frase reciente del secretario de Estado Anthony Blinken, “puede apretar el gatillo hoy, mañana o la próxima semana”. Y su portavoz insistía: “Seguimos viendo cómo las fuerzas rusas fluyen hacia posiciones de combate en la frontera. Conocemos el libro de jugadas ruso y sabemos que ellos utilizan información errónea y desinformación”. En definitiva, “dicen una cosa y hacen otra”.

Trágico sería que ambos líderes mundiales estuvieran sirviéndose del conflicto para afirmar su propio ego, en momentos con demasiados problemas internos, en vez de abordar a fondo, diplomáticamente, la cuestión de la seguridad en esa zona del mundo. Está por ver si la firmeza de Biden impediría la creciente baja de su popularidad en Estados Unidos, también porque no parece coherente con su no menos reciente inhibición en Afganistán, donde han perdido la vida demasiados compatriotas. Por su parte, Putin no cesa en la represión jurídica y penal, para acallar todo atisbo de oposición, mientras aumenta el descontento popular, con una difícil situación económica agravada por la pandemia y manifestada en el incremento del invierno demográfico.

 

En esas circunstancias, se comprende que Putin intente recuperar protagonismo internacional, también porque la evolución de Pekín bajo el mandato de Xi Jinping amenaza consolidar la pérdida de influencia de Rusia en el mundo. Y la amenaza de sanciones extraordinarias, que podrían causar cierto aislamiento internacional, comportan el riesgo de provocar la unión popular en torno a los actuales dirigentes de la federación rusa.

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