No es justo banalizar el consumo de drogas

            Me hubiera gustado contar hoy un gran éxito en las negociaciones de Ginebra-2 sobre Siria. Al menos, no están rotas las conversaciones, aunque cunde el escepticismo, salvo sobre la posibilidad de lograr algunos objetivos humanitarios ciertamente urgentísimos. Es una de tantas cuestiones internacionales de máxima entidad. Pero no quiero dejar pasar por alto mi asombro ante las declaraciones de Barack Obama sobre el consumo de estupefacientes. Más de un comentarista ha recurrido al fácil juego de palabras de quedarse estupefacto ante sus respuestas a New Yorker, no hace mucho.

            Más allá de los términos, confirma la relativa dejadez de la primera potencia del mundo en la lucha contra la droga. Desde luego, en Estados Unidos el problema fundamental sigue siendo la demanda, difícil de cortar en tiempos de crisis de valores, más grave que la económica. Por desgracia, es aún más válido hoy el duro diagnóstico de Allan Bloom, en su libro de 1987 traducido al castellano con el título El cierre de la mente moderna.

            La amplitud del consumo en un país antes joven, hoy más envejecido, explicaría la ineficacia de las medidas para reducir la oferta. Da la impresión de que Washington tiene más interés por el control de fronteras con México en materia de inmigración que de narcotráfico.

            En ese contexto, no acaba de entenderse que el presidente, tan preocupado por la salud de su pueblo –con Obamacare‑, haya dicho que la marihuana no es más peligrosa que el alcohol: fumar yerba no le parece hábito saludable, pero considera que la droga no es tan dañina para la sociedad como se creía en el pasado.

            Como sucede tantas veces con el presidente americano, la Casa Blanca ha dicho enseguida que Obama no cambiará el régimen federal sobre el control de la marihuana. Pero, en la práctica, no hay reacción contra Estados que avanzan en la legalización, como Colorado y Washington: en agosto, el Departamento de Justicia anunció que no presentaría recursos contra las normas de esos dos Estados, y se centraría en perseguir el tráfico, así como evitar que la droga llegue a manos de niños. La doble moral de Obama puede hacer estragos. Según declaró a New Yorker, “no debemos encerrar en la cárcel ­‑por largos periodos de tiempo‑ a niños o individuos que la utilizan, cuando algunos de los legisladores probablemente han hecho lo mismo”.

            En el plano médico, a pesar de la contradictoria presión del permisivismo, los especialistas no dejan de advertir sobre la banalización del consumo de marihuana. En sus clínicas atienden a adolescentes que comenzaron a tomar cannabis, con resultados escolares cada vez más deficientes y falta de integración familiar y social. Señalan, además, que incrementa el riesgo de desarrollar cuadros psicóticos como la esquizofrenia. No aceptan la tendencia a no considerar el cannabis droga peligrosa: lo es mucho más de lo que se piensa.

            Lo recordó hace unos meses el presidente de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, Raymond Yans, ante la decisión de Uruguay de legalizar el cultivo y la venta de marihuana. La ley aprobada en Montevideo regula el cultivo y la venta de marihuana, con el objetivo de combatir el narcotráfico, pero ese cambio tendrá el “efecto perverso de alentar una temprana experimentación”. Además, el comunicado reprochaba a las autoridades de Uruguay “violar a sabiendas las disposiciones legales universalmente acordadas e internacionalmente respaldadas”.

            Yans recordó una vez más el impacto negativo del consumo, “ya que estudios científicos confirman que el cannabis es una sustancia adictiva con graves consecuencias para la salud de las personas". Añadía, en concreto: "El cannabis no sólo es adictivo, sino que también podría afectar a algunas funciones fundamentales del cerebro, el potencial del coeficiente intelectual, el rendimiento académico y laboral y la capacidad de conducir. Fumar cannabis es más cancerígeno que fumar tabaco".

            Casi lo contrario que Obama, que, por otra parte, confirmará en 2014 la retirada de la intervención de la OTAN en Afganistán después de haber perdido “la guerra del opio”. En los últimos años, prácticamente se ha duplicado la superficie dedicada al cultivo de la adormidera: más de 200.000 hectáreas en 2013, principalmente en el sur y el este. La cosecha de opio alcanza las 5.500 toneladas, con cerca de quinientos laboratorios clandestinos productores de heroína.

 

            No es posible la convivencia social si se justifica todo con el argumento de que el Estado no puede prohibir conductas sociales generalizadas. Lo comentaba irónicamente Massimo Introvigne a raíz de la amplitud de la corrupción en Italia: habría que legalizar los sobornos a funcionarios públicos, porque la “prohibición” ha fracasado.

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