El lector confía más en un periódico si rectifica o matiza sus informaciones

Una pila de periódicos de papel.
Una pila de periódicos de papel.

         Uno de los grandes riesgos de las democracias occidentales es la perversión de instituciones básicas. Se impide la expresión de la voluntad de los ciudadanos cuando se instrumentalizan al servicio de los gobernantes o de simples causas ideológicas de parte. Pierden su identidad y se transforman en aquello que muchos habrán olvidado: correas de transmisión.

         No me refiero sólo a figuras recientes, al menos en España, como el CIS o el Defensor del pueblo; tampoco a otras menos modernas, como los medios de comunicación oficiales, tipo prensa del movimiento o radiotelevisión pública. No soy nada partidario de la existencia de ese tipo de organismos, al menos en los países latinos, que no suelen brillar por su admiración hacia las exigencias de la ética pública –de modo particular, la ética de los procedimientos-, y tienden a valorar como hipocresía los comportamientos de países del norte o en los anglosajones. Al menos desde Montesquieu, hay que respetar la división de poderes y, muy en concreto, la independencia de los jueces y de la administración de la justicia.

         También pueden traicionar su misión propia los medios de comunicación y los profesionales de las actividades relacionadas con la información. Ciertamente, la objetividad absoluta no existe. Pero, como expresó un periodista europeo cuyo nombre no consigo recordar, la voluntad de ser objetivo puede existir..., o no.

         No sé si los actuales alumnos de derecho administrativo, al estudiar los servicios públicos, tienen que seguir valorando la comunicación, por aquello de las concesiones o licencias, como si de regalías arcaicas se tratase. Ni siquiera cabe aducir la ordenación de las transmisiones electrónicas, pues no son ya un bien escaso, ni mucho menos, gracias al desarrollo técnico. Y la penuria del papel y sus cuotas desaparecieron hace muchos años –al contrario que su precio, también por serias razones ecológicas.

         El derecho a la comunicación impide hoy hablar de servicio público, salvo si perviven viejos tics estatistas. Pero las iniciativas en este campo tienen quizá más responsabilidad social que otro tipo de empresas, si se considera su compromiso radical con la veracidad y el respeto a la dignidad moral de la persona.

         Por eso, mala cosa es para el común cuando se agranda la desconfianza en los medios de comunicación. Me han impresionado mucho los resultados de una encuesta americana I&I/TIPP: la confianza de los estadounidenses en los medios de comunicación ha caído a los niveles más bajos de su historia. Disminuye la audiencia y el número de lectores, tanto en los grandes medios clásicos –tipo WP o NYT-, como en los alternativos, tipo RealClearPolitics. Sus dificultades económicas reflejan una progresiva pérdida de aceptación ciudadana ante la industria de la comunicación. Por ejemplo, WP acaba de anunciar 240 despidos.

         En cuanto a los grandes medios, el 63% de los encuestados declararon tener "poca confianza" (29%) o "ninguna " (34%). Sólo el 30% firma "mucha" (8%) o "bastante " (22%). El 6% "no estaba seguro". En los desgloses, sólo un grupo expresó una confianza mayoritaria: los liberales –en el sentido americano del término-, con un 52% respecto de los medios tradicionales, aunque el 44% desconfía. Muy distintos son los conservadores (19% sí, frente al 78%: no o poco) y los moderados (30% frente a 61%). Un resultado similar se observa al valorar los medios alternativos.

         Cuando leí en la portada digital de Le Monde el día 24 el titular A nos lecteurs, pensé en una información periódica sobre resultados económicos o cambios empresariales. Pero esta vez se trataba de la explicación debida a sus lectores por la forma en que trató la noticia de la letal explosión del hospital de Gaza el martes 17 de octubre. Las investigaciones sobre la causa de esta tragedia continúan, pero el diario considera que no fueron suficientemente prudentes al recoger la primera información procedente de Hamás.

         Como muchas informaciones no pueden confirmarse, ha decidido cambiar la forma de presentarlas indicando la fuente: por ejemplo, que proceden del Ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza, "administrado por Hamás". Y anuncia a los lectores: “Los acontecimientos en curso, desde las atrocidades cometidas por Hamás durante la operación terrorista del 7 de octubre, se inscriben en una guerra sin piedad, que promete ser larga, portadora de tragedias y múltiples ondas de choque. Debemos a su fidelidad y confianza responder con una cobertura editorial lo más completa y fiable posible”.

 
         Me parece buen criterio informativo.    

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