Algunos medios autolimitan la información sobre el terrorismo

Abundan las publicaciones, así como la edición de actas de simposios celebrados el siglo pasado sobre este lacerante problema. Basta repasar el catálogo de una editorial como EUNSA (Universidad de Navarra).

El debate se ha reabierto estos días en Francia tras los últimos atentados. No es fácil racionalizar hechos en sí mismos profundamente irracionales, por cuanto inhumanos. Pero la cultura del país vecino invita a dar vueltas a todo: aparte de las decisiones políticas, que incluyen actos quizá lesivos de los derechos humanos fundamentales, están en juego elementos decisivos del derecho de la información, esencial en la vida democrática: paradójico sería limitarlo, a raíz de acciones que pretenden derrumbar el sistema occidental.

Ha tenido mucho eco el editorial de Le Monde del 28 de julio, firmado por su director, Jérôme Fenoglio, con el título: “Resistir a la estrategia del odio”. Lo de menos sería el perfil individual de cada terrorista. Porque detrás de todo aparece como actor de la barbarie “el islamismo militante, versión sectaria y degenerada del Islam”.

La sociedad debe resistir culturalmente, sin perjuicio de exigir al Estado que cumpla su deber de proteger a los ciudadanos, que cederían al poder soberano –al menos, desde Bodino- parte de su libertad para alcanzar seguridad. En la lucha sin cuartel contra el terrorismo se pueden cometer errores: de ahí el debate continuo para tratar de mejorar los medios indispensables en esa batalla.

Lógicamente, no todo vale en la política: Fenoglio critica abiertamente el uso partidista –electoralista, a un año de las presidenciales‑ de las tragedias humanas provocadas para crear terror. Y reconoce la necesidad de revisar la actitud sobre el modo de informar, en los medios clásicos o en las redes sociales.

El propio diario de París ha ido evolucionado. En su momento, decidieron no publicar nada de documentos de propaganda o reivindicaciones del Estado Islámico. Tras el atentado de Niza, tampoco darán más fotografías personales de los autores de matanzas, para evitar posibles efectos de glorificación póstuma; además, revisarán las demás prácticas usuales hasta ahora. En concreto, la dirección de Le Monde ha decidido no dar imágenes procedentes de la vida cotidiana de los autores de atentados, a menudo tomadas y difundidas por ellos mismos antes de pasar a la acción. Pero sí difundirá imágenes que puedan aportar pruebas sobre la presencia de una persona en un lugar, o con un grupo que muestre las correspondientes afinidades. Se trata de combatir a un enemigo que utiliza usos y herramientas de la modernidad que desea destruir.

Desde luego, importa mucho no transformar la información en espectáculo audiovisual, en un tiempo en que los informativos de las televisiones dedican demasiado espacio al morbo de los sucesos. En las redes sociales francesas, se produjo una fuerte controversia contra France 2 por su tratamiento del atentado de Niza. El colmo fue la emisión de una breve entrevista con un superviviendo, filmada junto al cadáver de su mujer. Otras cadenas transmitieron también conversaciones con personas en estado de shock. France Televisions, cosa insólita, se vio obligada a presentar públicamente sus excusas.

Las críticas en las redes sociales dieron lugar a esa rectificación. Pero no consiguieron vencer los errores de tantos cibernautas, que publicaron impactantes imágenes y vídeos de la masacre. Han seguido circulando, a pesar de los sistemas de control contra la violencia establecidos en Google, Twitter o Facebook. Evidentemente, una herramienta técnica –los filtros- no puede resolver un problema ético.

Tiene razón el director de Le Figaro, Alexis Brézet, cuando afirma que “es cuestión de mesura, de prudencia y de sentido común", porque la autocensura puede tener también “efectos perversos” (en el sentido sociológico del término). Como se sabe, no es el menor dar pábulo a la rumorología y a las teorías conspiratorias. En cierto modo, la opinión pública tiene derecho a conocer la inspiración, las creencias religiosas y el itinerario personal de los autores de los atentados, incluso cuando hayan sido cometidos en apariencia por “lobos solitarios”. Sin perjuicio lógicamente de silenciar informaciones que puedan poner en peligro la vida de rehenes, entorpecer injustamente el trabajo policial, o faltar al respeto debido a las víctimas. En todo caso, parece lógico minimizar en lo posible los relatos, para no hacer el juego a los terroristas: uno de sus grandes objetivos es precisamente conseguir la máxima difusión. No se puede dar oxígeno a las bandas violentas.

 


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