Políticos de Estados Unidos ante cuestiones religiosas

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso tras 100 días en el cargo. 29/4/2021
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso tras 100 días en el cargo. 29/4/2021

Parecía asunto resuelto con la primera enmienda. Quedaba el fleco de la desconfianza ante los católicos, por aquello de la “dependencia” de Roma, a pesar de la fuerza en el mundo anglosajón del movimiento de Oxford y la conversión y enseñanza de John Newman, beatificado en 2010 por Benedicto XVI, y canonizado en 2019 por Francisco. Dio la impresión de que la excepcional figura de John F. Kennedy –agrandada tras su trágica muerte- zanjaba las suspicacias.

          En realidad, aunque pueda asombrar desde Europa, la religión está omnipresente en el debate social norteamericano. Mi observatorio es la página general de un “diario de diarios” conocido, que tiene también otras secciones temáticas, incluida una de religión. Confirma que no pocas cuestiones, además de las relativas al racismo, los derechos civiles o la emigración, dependen mucho de la posición de confesiones evangélicas (por emplear un adjetivo amplio en intento de englobar a denominaciones religiosas muy variadas y no siempre con claro engarce cristiano).

          Líderes religiosos episcopalianos, baptistas, mormones, etc., no dejan de dar su parecer –frecuentemente, con nombres y apellidos- sobre las cuestiones debatidas en cada momento. Los obispos católicos intervienen de un modo a mi juicio más prudente: aplican o actualizan, cuando es preciso, los criterios y principios generales de la doctrina social de la Iglesia, parte de la teología moral, con el propósito de contribuir a la formación de los fieles, de modo que ejerciten su libertad con el mayor conocimiento de causa posible.

          Me ha sugerido estas líneas un reciente artículo del obispo de Santa Rosa, Robert F. Vasa –del que no tenía noticia-; titula expresivamente un anómalo fenómeno: I’am catholic, but... Como ejemplo de incoherencia, menciona una intervención de Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes: después de señalar su gratitud por haber sido bendecida con el don de cinco hijos, afirma que no está en condiciones de afirmar que deban hacerlo así otras personas. Pero, en realidad, esa es precisamente la responsabilidad de la Cámara: aprobar leyes que determinan el comportamiento de los ciudadanos.

          En el fondo, ese tipo de discurso recuerda la teoría medieval de la doble verdad. Aquí se aplica sobre todo, en opinión del prelado, al debate sobre el derecho a la vida: "personalmente estoy en contra del aborto, pero..." Ese tipo de lenguaje se ha convertido en algo rutinario e, incluso, elogiado. Pero choca mucho si se aplica a otras cuestiones: "estoy a favor de mejorar la escuela” (o aumentar el salario mínimo, o erradicar el racismo), pero no puedo imponer mis valores morales a los demás". En síntesis, la enseñanza de la Iglesia no debería influir en la acción política del creyente.

          He tenido siempre prevención hacia personas dedicadas a la política, que alardean de catolicismo: como si pretendieran, consciente o inconscientemente, lograr el apoyo de los demás fieles en función de la fe común. Prefiero, con don Quijote y Unamuno, que cada uno se presente como “hijo de sus obras”. Una precisión: mi preferencia por el silencio externo de la propia fe católica se aleja también de propósitos laicistas, que pretenden evitar la presencia en lo público de lo que consideran convicciones privadas. Al contrario, propugna la autenticidad laica, no el clericalismo, ni menos aún el de la triste caricatura de los dogmatismos seculares cuasi-religiosos.

          Si me preguntan, no ocultaré mi catolicismo. Pero no actúo como un periodista o escritor católico, ni profesor católico: mi identidad civil radica en la titulación académica, en la condición profesional y en mi responsabilidad ciudadana, en esa irrenunciable libertad que me hace responsable –solo a mí- de mis opiniones y actos. Lo aprendí en la familia y en la escuela, y lo reselló en mi vida un santo del siglo XX, que se atrevió a afirmar –con hipérbole muy didáctica- su oposición a que empresas privadas, comerciales, industriales, hoteleras, etc., llevaran nombre de santos: “Respeto la experiencia contraria, pero realmente sufro al contemplar que en no pocas ocasiones el apelativo del santo, o de católico o de cristiano, puede servir como un pabellón para encubrir la mercancía averiada”. Le aterraba pensar que se pudiera decir de alguien que era católico, pero mal profesional.

          Me lo ha recordado también una frase del papa Francisco en la homilía de la misa que celebró en la Plaza de los Héroes de Budapest: “Jesús nos sacude, no se conforma con las declaraciones de fe, nos pide purificar nuestra religiosidad ante su cruz, ante la Eucaristía”.

 
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