La presidencia de Erdogan puede alejar a Turquía de Europa y Occidente

            Con los datos actuales, y tras la victoria de su partido en las elecciones municipales del pasado marzo, difícil será que Recep Tayyip Erdogan no sea presidente de Turquía el próximo mes de agosto. La elección se realizará por vez primera mediante sufragio universal. No faltan quienes piensan en la reiteración de fórmulas semejantes al modelo ruso, que sortea la letra de la Constitución con el paso de jefe de gobierno a la primera magistratura, y la posible recuperación futura. Porque Erdogan, que cumplió en febrero 60 años, amaga también con encadenarse al poder.

            Entretanto la oposición le acusa de haber desencadenado una nueva caza de brujas contra decenas de miembros de la policía, entre ellos varios oficiales de alto rango, detenidos el pasado día 22. Algunos participaban en la investigación del escándalo de corrupción que afecta al gobierno. Sería una especie de represalia oficial típica de la mentalidad de partido único.

            La importante operación se llevó a cabo simultáneamente en veintidós ciudades, incluidas Ankara, Izmir y Diyarbakir. Se imputa a los funcionarios policiales espionaje, escuchas ilegales y violación de la vida privada. Esta auténtica purga –que recuerda la precedente contra la cúpula militar disidente‑ constituye un nuevo y duro golpe de Erdogan contra sus detractores y, concretamente, contra los partidarios de su antiguo aliado, Fethullah Gülen, exiliado ahora en Estados Unidos, pero con gran influencia en la policía y el poder judicial.

            Erdogan, convencido de su triunfo –espera más del 50% de los votos en primera vuelta‑, anuncia que promoverá la reforma constitucional para conferir nuevas prerrogativas al jefe del Estado. Significaría un paso más hacia una autocracia próxima al totalitarismo, con exclusión de los debates propios de la vida democrática.

            Así se comprobó a finales del pasado mes de mayo, cuando se cumplía el primer aniversario de los sucesos de la plaza de Taksim, en Estambul. El primer ministro turco amenazó a los manifestantes y, además, puso en marcha un amplísimo dispositivo policial ‑más de 25.000 hombres y cincuenta cañones de agua‑ para impedir la celebración en una también amplia “zona prohibida”, siempre en nombre del “respeto a la ley”. A pesar de todo, muchos turcos fueron a honrar la memoria de las víctimas, de forma individual y en silencio.

            Además, Erdogan está empleando una retórica radical contra Israel, también para tratar de liderar la actual crisis del Oriente Próximo. Acusa al Estado hebreo de terrorismo y de genocidio: “lo que hacen los israelíes a Palestina y Gaza supera lo que Hitler les hizo a ellos”); y no excluye un giro completo a su diplomacia. Como escribió su principal consejero Yalcin Akdogan, “Occidente ha perdido su rostro democrático en Egipto, su rostro humano en Siria, su sinceridad en Iraq, su pacifismo en Palestina: ¿quién creerá ahora sus mentiras?”

            Para intentar evitar esa deriva autocrática, dos importantes partidos de la oposición turca, el Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el Partido de Acción Nacionalista (MHP), se han puesto de acuerdo para designar un candidato común a la elección presidencial de agosto: Ekmeleddin Ihsanoglu, antiguo Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica, un erudito musulmán que propugna la moderación.

            De entrada, supone un paso adelante, en la medida en que aportará fuerzas a una oposición debilitada por su falta de unidad. Pero muchos dudan de que tenga el necesario tirón popular para contrarrestar la hegemonía del partido Justicia y Desarrollo desde 2002. Ekmeleddin Ihsanoglu, de hecho, es más bien un desconocido para la gran mayoría de ciudadanos, algo quizá decisivo ante una elección presidencial directa.

            En cualquier caso ‑más allá del antisionismo‑, la pérdida de libertades, la reducción de la independencia del poder judicial, los retrocesos en libertad religiosa –Erdogan parece decidido a transformar en mezquita la antigua basílica de Santa Sofía (museo desde 1934)‑, o la falta de avances en la cuestión femenina, seguirán alejando a Turquía de la Unión Europea.

 
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