Qué difícil enseñar civismo en una sociedad tan crispada

Hace muchos años acudieron unos padres al colegio de su hijo para protestar por sus malsonantes palabras. El director escuchó atentamente, se disculpó y comenzó a investigar. No era lógico que, en una normal discusión entre hermanos de familia numerosa, el pequeño espetase a su hermana un femenino me gusta la fruta. Al final, todo se aclaró: lo aprendió en un viaje, al ver cómo su padre bajaba la ventanilla para increpar a una conductora que había hecho una piruleta egoísta muy peligrosa.

He recordado este leve suceso al leer hace poco una tribuna de Thibaut Poirot, profesor de enseñanza secundaria: alerta positivamente sobre los límites de la escuela en un momento histórico en que se maltrata el civismo en todas partes, desde los medios audiovisuales a las bancadas de la Asamblea Nacional. 

Considera necesario el “rearme cívico” planteado por Emmanuel Macron en su último discurso a la nación francesa. Pero especula sobre si el presidente de la república conoce de veras a Ferdinand Buisson, autor de un Nuevo diccionario de pedagogía a finales del siglo XIX y, en concreto, las páginas dedicadas a la instrucción moral y cívica. Eran los tiempos del alumbramiento de la escuela republicana laica, toda una revolución contra la imperante enseñanza católica, pero arraigada en las creencias y la moral de las familias: no excluía -algo impensable para nuestra época, reconoce- la colaboración del párroco con el maestro rural. 

Aquel diccionario recopilaba instrucciones administrativas de carácter general, también las relativas a la educación ciudadana. Al cabo de los años, llama la atención su insistencia en una enseñanza basada en el ejemplo, en la ejemplaridad. Poirot cita algunos párrafos de circulares de 1882 y 1887: no basta con dar al alumno nociones correctas ni alimentarle con sabias máximas; un curso de verdadera moral, pero frío, banal y seco, no enseña la moral, porque no lleva a que la gente la ame.

Mal de muchos... Los ejemplos que pone Poirot sobre el deterioro de la ética civil en Francia valen para la España o los Estados Unidos de hoy: bastaría traducir 49-3 por decreto-ley o por orden ejecutiva; o pensar en representantes que defiende en las cámaras lo contrario de lo que prometieron; o comprobar la reiteración de ataques a la independencia del poder judicial; o, en fin, el déficit de veracidad y transparencia en la vida pública. Este tipo de lamentación común muestra una vez más la necesidad de que la convivencia democrática esté articulada a partir de valores sociales universales.

Podría hacerse un mosaico de mentiras y falacias sólo con los titulares de los últimos días de RealClearPolitics en un momento de máxima tensión, porque empieza en Iowa la carrera hacia la Casa Blanca. Citaré frases a boleo: lo que nos están enseñando Hunter Biden y Donald Trump; Biden “salva” la democracia destruyéndola; terroristas entran por la frontera rota de Biden; Trump sueña con un desastre económico; sobre la brutalidad policial, no ha cambiado lo suficiente en Memphis; el concurso de tiros a los pies entre Biden y Trump; debemos poner fin al actual régimen gubernamental de censura tecnológica; aquí viene Trump, el abominable hombre de las nieves.

Más de una vez he recordado aquello de Federico de Castro en los años cincuenta: la abundancia de las leyes se mitiga con su incumplimiento. Según Poirot, es también un mal francés, al menos para quienes tienen que educar en los institutos: deben explicar a los alumnos que deben comportarse de una manera que es prácticamente la contraria a lo que ven en su mundo real; no es fácil impartir criterios que están en constante contradicción con lo que se observa a diario, y no sólo por la falta de ejemplaridad política. Porque todos parecen estrujar las normas, para ver cómo darles la vuelta o conseguir exenciones. Los principios están bien, pero para los demás. Al cabo, todos piensan lo mismo, todos lo hacen... Es el camino de una “moral de evasión”.

En realidad, por mucho que se critique a las jóvenes generaciones, hay mucha solidaridad entre los estudiantes: asociacionismo, voluntariado, cuidado de la naturaleza, respeto a la libertad de los demás. En cualquier caso, los adultos tenemos, al menos, la responsabilidad de no enviar señales negativas, que acaban en el descrédito de todos y en la falta de confianza en el sistema democrático.

 
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