Reconstruir la racionalidad ante despertares destructivos

Libros.
Libros.

Nunca daré suficientes gracias a mis padres y a la Academia Audiencia –bajo la dirección de don Pablo de A. Cobos- por haberme enseñado desde muy joven a pensar. Hasta la enseñanza de las lenguas clásicas era “deductiva”: aprendíamos el origen y la evolución de las declinaciones o el modo de conjugar los verbos. No se despreciaba la memoria –en gran medida, tarea del corazón-, pero se daba prioridad al razonamiento intelectual, al propio esfuerzo, a la búsqueda de razones y porqués. El respeto a la libertad de los demás, la tolerancia –como se decía entonces- se imponían por sí mismas.

Este tipo de consideración vendría a mi mente una y otra vez en los años universitarios, al ayudar a más de uno a aprender a estudiar: no me cabía en la cabeza, cuando era subdirector del colegio mayor de La Alameda en Valencia, que chicos que se pasaban el día y parte de la noche en la biblioteca desde octubre, suspendieran en los primeros parciales. Dedicaban muchas horas a tareas inútiles: no les habían enseñado en sus colegios o institutos lo que algunos aprendimos sin darnos cuenta, como por ósmosis, con los profesores de aquella academia sin reconocimiento legal de la calle del Prado en Madrid.

 Algo semejante he procurado vivir y difundir a lo largo de la vida al abordar corrientes de opinión y movimientos sociales, como intento también hacer estos días de comienzo de año en estas páginas. Para ayudar a entender que el futuro no está en modas pasajeras, insuficientemente fundamentadas, sino en la reflexión sobre el porvenir después de sopesar los argumentos clásicos de la cultura grecolatina. En cierto modo, hay que salir de Atenas y Roma para llegar a buenos puertos, diversos, libres, apasionantes, respetuosos.

Me parece que es preciso un auténtico despertar intelectual, frente a la somnolencia que provocan los vigentes planes de estudios –mezcla de tecnocracia y adoctrinamiento iliberales-, o movimientos identitarios, acríticos, que llegan sobre todo de América y se difunden –conscientemente o no- con las técnicas de un marketing que ha demostrado su gran eficiencia en la vida económica y comercial e, incluso, en la comunicación política de las democracias occidentales.

La clave del futuro está en la cultura, que no es un adjetivo ni se deja adjetivar. Mucho menos si se une a la palabra guerra, porque –salvo en pensadores desquiciados a lo Nietzsche- el pensamiento lleva a la paz y a la concordia. No tiene para mí sentido hablar en serio de una batalla cultural, como tampoco de la “cultura de la cancelación”, importada de América del Norte. Ambas expresiones impiden de hecho construir un futuro democrático.

Cancelar ¿qué? ¿La injusticia? No: la razón. ¿Las discriminaciones? Tampoco: nuevas desigualdades identitarias irreconciliables. ¿La diversidad? Menos aún: diferencias y tensiones intransigentes, porque nada sería salvable fuera de la propia identidad. Recuerda el arcaico extra Ecclesia nihil salus. Y confirma el absolutismo de creencias laicas, que están siendo de hecho muy intolerantes, fundamento de odios más que sarracenos.

Así se vio en un coloquio celebrado en la Sorbona a comienzos de año, del que Le Monde informó en su edición del día 9, con el titular “el ‘wokismo’ en el banquillo de los acusados”. Intervinieron unos cincuenta universitarios, ensayistas y editorialistas, que denunciaron durante dos días, desde ópticas distintas, los daños causados por la ideología de la deconstrucción y la "cultura de la cancelación", que intenta imponer un nuevo "orden moral" en las universidades. Después de tanta destrucción, parece necesario más bien “reconstruir las ciencias y la cultura”.

Con la pandemia, las redes sociales –en gran medida, instrumentos de propaganda fide- han ganado la partida a las salas de cine e, incluso, a la televisión. Pero no han podido con los libros –impresos o electrónicos-, a pesar de tantos presagios agoreros. Porque son necesarios para la libertad intelectual. Con frecuencia, los debates actuales son una excelente motivación para la lectura, la reflexión, el pensamiento: la libertad.

 
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