Las reformas francesas afectan al trabajo dominical

                        El tema de hoy son las elecciones en Grecia. Pero no me siento capaz de aportar nada nuevo sobre asunto que ha podido bloquear en algún momento sistemas informáticos más débiles. Antes se hablaría de ríos de tinta. Casi todo está dicho; falta ver por dónde se encamina la convivencia helena, especialmente en sus relaciones con Europa. No se olvide que, en cierto modo, el castigo de la denostada “troika” arranca del descubrimiento de que gobiernos sucesivos habían enviado informaciones falsas a Bruselas y a los mercados financieros internacionales.

                        La Unión Europea exige unificación de criterios, especialmente a los Estados de la zona euro. En esa línea, le ha llegado la hora a Francia, un país con un gran peso del sector público, y un ordenamiento jurídico que alcanza a los rincones más ocultos de la convivencia. François Hollande y Manuel Valls han elegido a una personalidad joven, Emmanuel Macron, para introducir reformas que reciben una amplia resistencia en el propio partido en el poder, por considerarlas socio-liberales. El examen del proyecto arranca hoy lunes 26 en la Asamblea Nacional.

                        De entre los muchos aspectos, está el trabajo dominical, extendiendo en tantos países, como España, sin especial debate, a pesar de su influencia en la vida personal y familiar de los ciudadanos. La propuesta no es nada radical: en síntesis, se concede a los ayuntamientos la facultad de autorizar la apertura de los comercios hasta doce domingos al año (al margen de excepciones ya existentes en zonas turísticas, previo acuerdo con los sindicatos).

                        El Consejo de Estado francés criticó a principios de diciembre las lagunas y deficiencias del estudio gubernamental sobre el impacto de las disposiciones incluidas en el proyecto de ley. Se ha publicado ahora un informe de expertos independientes: aparte del conjunto de la ley, concluye que la reforma sobre el trabajo dominical será positiva, aunque a juicio de La Croix, 22-1-2015, no explica cómo.

                        La crítica del diario de París se basa en que la evaluación del problema se funda en trabajos académicos, algunos quizá desfasados. Así, en Canadá, un estudio de 2005 hablaba de un 3.1% de aumento del empleo en el comercio al por menor, quizá mayor (hasta el 12%) en provincias que liberalizaron al máximo la apertura de tiendas. Idéntica conclusión obtienen de Holanda, donde la desregulación de 1996 habría significado una media de 30 minutos de trabajo semanal más en 2000. Otro informe, de EEUU, publicado en 2005, estimaba que en los Estados sin abrir el domingo, existían entre un 2 y un 6% menos de empleo. Conclusiones semejantes se obtienen de una investigación de la OCDE presentada en 2014, sobre treinta países de Europa.

                        Pero no se disponen de datos sobre el efecto de la medida en las pequeñas empresas y, en concreto, en las situadas en el centro de las ciudades. Tampoco se explica si la creación de empleo por la apertura dominical no va acompañada de la disminución de quienes no abren los días de fiesta, como señalaba otro estudio independiente francés de 2008. Así, un informe de la patronal de Italia en 2013 advertía un saldo negativo, como consecuencia del cierre de 32.000 tiendas, con la pérdida de 90.000 puestos de trabajo.

                        En el debate francés, resulta significativo que la crítica a la reforma procede de los frondistas del PS, de la extrema izquierda o de los movimientos ecologistas, pues la consideran un nuevo recorte de los derechos sociales de los trabajadores. Los partidarios señalan que el actual trabajo dominical afecta sobre todo a mujeres y jóvenes, especialmente afectados por el paro.

                        Hace años, en Alemania, la cuestión fue zanjada sobre todo por razones de carácter religioso. Esta faceta no ha sido analizada apenas en Francia, aunque Anne Rodier menciona en Le Monde del 21 de enero un estudio realizado en EEUU el año 2008: la apertura de los comercios los domingos condujo a una reducción significativa de actividades comunitarias religiosas y a un aumento también significativo de las conductas de riesgo, especialmente entre personas que eran antes asiduas a las iglesias.

                        Otra cuestión relativamente ausente en el debate, aunque la planteó Martine Aubry, alcaldesa socialista de Lille, en un artículo en Le Monde el 11 de diciembre, es el impacto sobre la vida privada y familiar de los trabajadores afectados. Aumentarían los conflictos derivados de la insuficiencia armonización entre ambos elementos de la vida moderna. Preocupa de hecho a psicólogos infantiles y a algunos sociólogos de nivel, y no sólo a los diputados de la izquierda. Pierre Suesser, presidente del sindicato de médicos de protección maternal e infantil, acentúa el aumento de la tensión para armonizar vida laboral y familiar: “la imbricación creciente de ambas esferas tiene un efecto nefasto para la tranquilidad de espíritu de los padres y su disponibilidad”. Lo confirma el sociólogo Laurent Lesnard, especialista en empleo del tiempo en las sociedades contemporáneas, a partir de estudios realizados en países avanzados, especialmente EEUU, desde el punto de vista de la pérdida de sociabilidad, que se refleja ya en quienes tienen horarios especiales exigidos por los diversos servicios y cada vez más exigentes públicos. 

 

                        Tienen probablemente razón las críticas de la izquierda: no todo puede ser eficiencia económica ni magnificación de la cultura del ocio.

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