Abanico para todas y todos

Como el verano es la estación chirle del año, por imperativo mitad climático (calor y abulia son concomitantes), mitad político-social (España cierra por vacaciones), sólo apetece y casi sólo se puede escribir de alguna cosa intrascendente, frivolona. Teniendo en cuenta que el elogio del gazpacho, la terracita, el chapuzón, los consejos para evitar el melanoma o la glosa entusiástica al movimiento pectoral de la inevitable Shakira ya van como muy trillados, uno aquí va a resguardarse more rubeniano «bajo el ala aleve del leve abanico» para apuntar algunas notas al respecto de tan útil avío y de su injusta sanción social por razones, según se dice ahora, «de género».

Es verdad que la mujer ha debido ir conquistando la igualdad con el hombre en muchos más aspectos –y mucho más importantes, por lo común– que aquellos en los que, a la viceversa, el hombre ha debido ir conquistando la igualdad con la mujer. Se trata de un hecho indudable y hay que felicitarse por la progresiva equiparación de ambos sexos, tanto en el desempeño laboral, de modo que hoy tenemos jueces y juezas, concejales y concejalas, chóferes y choferesas, militares y militaras, como en los usos y costumbres –cabría añadir que no siempre para mejor– en los que se desenvuelve la vida cotidiana. 

Precisamente en ese ámbito de los usos y costumbres es donde encontramos todavía un privilegio, no por ínfimo menos puñetero, sobre todo en estas fechas, de la mujer sobre el hombre. Me refiero, claro, al empleo del abanico. Aunque todos sufrimos por igual la calorina, la señora o señorita puede sacarlo del bolso y aletearlo en público alegremente para aliviarse el sofoco, mientras que si un varón procede de igual manera recibirá, con un índice muy elevado de probabilidades, ciertas miradas de soslayo que llevan implícito un cuestionamiento de su virilidad. Absurdo de todo punto, pero cierto.  

¿Dónde está escrito que un chisme consistente en un varillaje unido por uno de los extremos y una tela, plástico o papel a modo de membrana, que al batirlo produce una agradabilísima corriente de aire, deba restringirse a las usuarias femeninas? En ningún lado. El origen de esta exclusividad tendrá que ver con el dichoso lenguaje del abanico, garboso complemento en el arte de la seducción. Pues ya podían haber utilizado las lozanas andaluzas los movimientos de peineta o algún sistema de signos mímico-facial, porque airearse con el recibo del agua en vez de hacerlo con el abanico por no parecer una folclórica es que no tiene ni color. Discriminación positiva, ya.

 
Comentarios