Ahmadineyad visita América Latina en brazos de la izquierda

El antinorteamericanismo lleva a aproximar posturas: el presidente iraní realizó su segundo viaje en sólo cuatro meses a la América Latina en brazos de la izquierda. Antes, el mandatario había asistido a la Conferencia de Países No Alineados celebrada en la Isla de la Libertad. Aunque no se le brindó la oportunidad de visitar al enfermo Fidel Castro, patriarca de la lucha contra el imperialismo norteamericano, en La Habana se le dispensó la más cordial acogida. Esta vez fue Venezuela la primera parada de Ahmadineyad para entrevistarse con su homólogo Hugo Chávez, enérgico líder de los radicales latinoamericanos. Ni el hecho de que el huésped sea fundamentalista islámico, mientras su anfitrión, en sus años mozos, quisiera ser sacerdote católico, ni la diferencia de objetivos que ambos persiguen, les impide mantener una amistad. Para el primero, lo más importante es el Islam y su triunfo a escala mundial; el segundo —en todo caso Caracas lo anuncia— sueña con el socialismo. Por encima de todo, lo que les une es el enemigo común: Washington.

Conviene señalar que Ahmadineyad y Chávez se entrevistaron no sólo para tratar un asunto protocolario, sino uno muy concreto: los norteamericanos están utilizando al máximo la resolución sobre Irán tomada por el Consejo de Seguridad de la ONU, no tanto sus postulados oficiales como la orientación antiiraní de ese documento. En particular, ateniéndose no tanto a la «letra» como al «espíritu» del mencionado documento, los norteamericanos se apresuraron a congelar todos los activos del Banco Nacional iraní Sepah en Estados Unidos y en Gran Bretaña, donde funciona una filial de la entidad financiera, lo que creó ciertos problemas a Teherán.

En el ámbito económico, el petróleo es el único instrumento eficiente de Irán y Venezuela; el descenso de los precios, tan inoportuno para ambos, se refleja negativamente en el erario de ambos países... y no sólo. Hace mucho que Chávez acaricia la idea, muy conveniente para Teherán, de crear un fondo de ayuda a todos los países pobres que abrazan el camino de la oposición directa al imperialismo norteamericano. En líneas generales, se trata de formar un nuevo frente antiimperialista al amparo de Caracas y Teherán. Pero el frente necesita cuantiosos recursos.

Por ello, Caracas y Teherán han acordado una posición común respecto a sus acciones en la OPEP y fuera de ese organismo, pidiendo a todos cuantos sea posible recortar urgentemente la producción de petróleo para luego subir los precios de hidrocarburos y de esta forma sacarle dinero a EEUU. En las presentes condiciones no es una tarea utópica: la rebaja de precios del petróleo no sirve a los intereses de ningún país extractor de petróleo, sea cual sea su actitud hacia la política de Washington.

Parte del dinero de ese Fondo Internacional de ayuda a los antinorteamericanos sería destinada, naturalmente, a los países latinoamericanos más pobres. Por eso, no es casual que la segunda parada de Ahmadineyad haya sido Nicaragua, donde acaba de entrar en funciones Daniel Ortega, probado veterano de lucha contra EEUU. Procede señalar que, durante la campaña electoral, Ortega se mostró mucho más flexible y pragmático que antes, pero como vemos, sigue eligiendo amigos de orientación política bien determinada.

En su discurso de Managua, Ahmadineyad señaló: «Nosotros hoy no estamos solos: Irán, Nicaragua, Venezuela y otros países revolucionarios estamos juntos, estaremos juntos y vamos a resistir juntos». «Al imperialismo mundial no le gusta erradicar la pobreza», agregó, «tenemos que darnos la mano para poder ayudarnos mutuamente». Luego, expresó su esperanza, ya «tradicional», en la «muerte del imperialismo mundial».

Ambos dirigentes acordaron reabrir sus respectivas embajadas en Managua y Teherán, cerradas tras la crisis diplomática de los 90. Entre otras cosas, las partes acordaron realizar conjuntamente varios proyectos: construir viviendas populares y una fábrica de autobuses y automóviles llamada a cubrir las demandas de transporte que tiene el país.

Sin embargo, al discutir a fondo las tareas de combatir la pobreza, no se ha concretado la condonación de una deuda de tan sólo 152 millones de dólares que Nicaragua tiene con Irán, algo que, según se dice, había pedido Daniel Ortega. La única explicación es que Teherán se quedó con un cabo de cuerda del que, en caso de necesidad, podrá tirar para llamar al orden a su nuevo amigo. Posiblemente por esa razón Daniel Ortega se mostró mucho más moderado en su retórica antiimperialista que su invitado, limitándose a ironizar diciendo «hemos venido a conspirar contra el hambre, contra la pobreza, la miseria y el desempleo». Y como colofón al acto, entregó a Ahmadineyad la medalla «general de hombres libres Augusto C. Sandino», e hizo un cumplido diplomático a Irán al calificarlo de «potencia moral». No sé hasta qué punto fue sincero al decirlo, a pesar de todo, es un político mucho más experimentado que Chávez y Ahmadineyad.

Para completar su gira latinoamericana, el mandatario iraní visitó en Ecuador a Rafael Correa, aprovechando la toma de posesión del nuevo presidente.

 
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