Aix-en-Provence desagravia por fin a su ciudadano más ilustre, Paul Cézanne, con una exposición en el centenario de su muerte

Cézanne estaba enamorado de su región, La Provence, y los cuadros expuestos representan los lugares predilectos del artista.   Esta pasión por su tierra le venía de lejos, como reflejan algunos párrafos de las cartas que escribía a su compañero de clase, Emile Zola, cuando este se fue a vivir a París: “¿Te acuerdas del pino, que plantado sobre el borde del Arco, avanzaba su cabeza peluda sobre el precipicio que se extendía a sus pies? Ese pino que con su follaje protegía nuestros cuerpos del ardor del sol, ah, ¡puedan los dioses preservarlo del ataque funesto del hacha del leñador!”   Cézanne tenía 19 años cuando escribió estas letras. Poco después, también él subiría a París para estudiar Bellas Artes pero, tras suspender el examen de entrada en la Academia, decidió regresar a Aix-en-Provence.   La exposición está estructurada en torno a los pocos lugares que Cézanne pintó, como Jas-de-Bouffan, la finca familiar, donde su padre, tras aceptar que no siguiera sus estudios de Derecho, le instaló un taller. El artista tuvo que venderla, con todo el dolor del alma, en 1899, cuando su hermana le reclamó la parte que le correspondía en herencia. Otras salas están consagradas a Estaque, un pequeño puerto de pesca marsellés; la montaña Sainte-Victoire, que Cézanne pintó en más de 80 ocasiones; y las localidades de Bellevue y Gardanne.   Quién diría hoy que Paul Cézanne fue ignorado por los suyos, y sometido a burlas, en la misma línea que los especialistas de la época que, entre 1863 y 1880, rechazaron sistemáticamente sus obras para ser expuestas en los Salones anuales.   Aix-en-Provence borra por primera vez estos agravios con esta magnífica exposición-homenaje, a la que se suman el acondicionamiento de los lugares “cézannianos”, con la apertura al público de la casa de Jas-de-Bouffan, el taller de Lauves y la cantera de Bibémus; y otro medio centenar de iniciativas como la interpretación de la V sinfonía de Malher, por parte de la orquesta filarmónica de Berlín, a los pies de la montaña Sainte-Victoire.

 
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