¿Alguien ha perdido un claustro?

El asunto del claustro románico descubierto en Palamós delata un despiste grande y otro pequeño, e implica también un aviso pequeño y otro grande. Si, tal como parece cuando se escriben estas líneas —a falta de que el propietario de la finca permita la comprobación in situ—, es auténtica la arquería y no un mero pastiche para sombrear con sobria elegancia de medievo las aguas de la piscina, sorprende que hasta ahora hayamos estado en semejante inopia claustral.

Gran despiste. El de los lugareños del pueblo, aún por determinar, desde el que migraron las piedras en su día. El investigador Félix Palomero propone como hipótesis la localidad burgalesa de Gumiel de Hizán, cuyo monasterio de San Pedro dependía del de Silos. Tras la desamortización se perdió su rastro por completo. Sea o no esta la procedencia, estaríamos ante un caso claro de expolio, uno más entre los muchos de esta índole que durante decenios se han practicado con total impunidad. ¿Nadie de enteró de nada?

Pequeño despiste. El de Kurt Engelhorn, propietario de la finca de Palamós, que permitió la entrada de los periodistas en su casa y en su jardín para realizar un reportaje que después se haría público. Más que de despiste cabe hablar de negligencia o incluso de error asumido como tal, porque según la información de El País que ha destapado todo, el potentado suizo mostró reticencias cuando el objetivo de la cámara se dirigió hacia la galería románica celada hasta entonces a otros ojos que no fueran los suyos y los de su mujer.

Pequeño aviso. El del fotógrafo Vincent Leroux, que tuvo la sagacidad de dejar constancia gráfica no sólo del interiorismo de la mansión, sino por ventura del llamativo «exteriorismo». No sabemos hasta qué punto era consciente de la importancia artística de aquello que estaba retratando. Da igual. Estuviese más o menos seguro del valor del claustro, optó por disparar con su cámara incluso a despecho del reticente propietario, reacción que incluso pudo confirmar en Leroux el convencimiento de que aquello no era moco de pavo.

Gran aviso. El del profesor Gerardo Boto, que vio el reportaje en la edición francesa de la revista AD hace dos años y ató cabos. A su esforzada indagación se debe que la cosa haya salido a la luz. Además, ha fechado la época en la que se instaló el claustro en su emplazamiento actual —año 1959—, a partir de unas fotos que halló en el archivo municipal de Palamós. Corolario: quien lee revistas extranjeras y respira el polvo de los archivos casi siempre pierde el tiempo y la salud, pero muy de vez en cuando compensa, por aquello de descubrir una joya oculta.

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N.B. Justo cuando voy a enviar el artículo, leo en la edición digital de La Vanguardia que un informe del Museo Metropolitan de Nueva York, fechado en 1966, confirma que el claustro es una falsificación. ¿Y si es falso que es falso, pero a los Engelhorn les conviene propalar esta especie para que no los metan en líos? Esto se pone todavía más interesante.

 
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