Americana auténtica - Treinta años de los Park Avenue de Allen Edmonds

Este año se cumple el trigésimo aniversario del lanzamiento de los Park Avenue de Allen Edmonds, y todo el mundo –o, al menos, una parte del mundo- lo celebra. Los Park Avenue son la horma clásica del zapato de negocios americano, tan distintivos y reconocibles como algunos modelos de la casa inglesa Church’s. Por aquí uno se los ha visto a altos funcionarios y gentes de derechas; son, además, comunes entre los diplomáticos mejor pagados, y también son los zapatos a los que típicamente recurre el presidente, pongamos, de Costa Rica en su toma de posesión –más abajo, en el eje andino, ahora se estila cierta informalidad amerindia. Breve digresión, ya que han salido los Church’s y los jefes de Gobierno: todo el mundo parece tener cierta vanidad respecto del calzado; creo que fue en los fascinantes diarios de Alastair Campbell donde leí que Blair siempre usaba los mismos Church’s en sus intervenciones ante el Parlamento, en curiosa superstición heredada por Gordon Brown, caso este llamativo pues Brown tiene fama de avariento (además de miserable y ambicioso) y fue muy criticado por celebrar su boda con champán de garrafón.

De vuelta a Allen Edmonds, el propio nombre de Park Avenue ya parece remitir a un sereno orgullo, a una cierta vocación de clasicismo, aunque los personajes de Tom Wolfe que se agitan por dicha calle favorecen marcas de importación por mostrar mayor musculatura económica. Y es que lo determinante de Allen Edmonds es, precisamente, que son de los escasísimos zapateros de calidad que pueden decir –y dicen, con justificada jactancia- que son “made in USA”. Aquí cuesta explicarse esta jactancia, pero ellos lo tienen por demostración de viejos valores americanos y de esfuerzo empresarial en pro de la calidad, en tanto que fabricar en Guam o en Panamá saldría más barato –pero saldría peor. Así, pueden posar legítimamente de resistentes ante toda contigencia de crisis que se ha llevado por delante una tradición de artesanía, y también pueden alzar el estandarte de una continuidad genuinamente americana en la excelencia. Al mismo tiempo, Allen Edmonds, sin renunciar al pragmatismo de la moda yanqui, redime todo complejo de filisteísmo estético en comparación con los zapateros europeos, a los que con frecuencia nada tiene que envidiar en recorrido histórico. Ni en una fidelidad entusiasta de su clientela, que los compra por buenos y no por deslumbrantes: precisamente a instancias de su clientela, Allen Edmonds ha vuelto a poner en el mercado una serie de zapatos clásicos que hoy entroncan con la moda de la “authentic Americana”, y que se retiraron en su día cuando la empresa zapatera sufrió su equivalente a la crisis del modernismo teológico. Ahora –hagamos la gracia- vuelven a pisar fuerte.

Por supuesto, el Park Avenue nunca desapareció –uno no sabría decir si ha sido un bestseller pero sin duda ha sido un longseller. El Park Avenue cifró la excelencia de Allen Edmonds por ser el zapato presidencial desde Reagan hasta Obama –Obama exclusive. La compañía de Wisconsin le hizo llegar a Obama dos pares de zapatos, instándole a domarlos un poco antes del juramento presidencial, pero, al parecer, Obama no los llevó: aun así, la empresa confía en mantener con él relaciones de cooperación, por ser una eminente firma americana. En el ABC de mi infancia, un periódico irrepetible, había anuncios de Allen Edmonds en los que, bajo una foto de Bush padre y junto al logotipo de la marca, se le decía al lector que, como mínimo, estaría de acuerdo con Bush en una cosa: que los zapatos de Allen Edmonds son excelentes.

Allen Edmonds también vistió los pies de Clinton, pies, por cierto, que eran de un tamaño absolutamente excesivo –mayores incluso que los de Yeltsin, pues una vez se quitaron ambos los zapatos para hacer la comprobación. En todo caso, este es el momento idóneo para poner de relevancia algo muy pocas veces dicho: la elegancia sobria, higiénica, patricia, de Reagan y Bush padre, ante todo la de este, puro compendio de tradiciones de la Ivy League, epítome de un clasicismo americano que sabe ser relajado incluso cuando es formal y que, en su aparente desdén estético, configuró un cierto ‘ethos’ de clase que excluía la vestimenta, digamos, como expresión narcisista o subrayado hormonal. Serena gravedad de los legisladores, incluso vestidos con pantalones con estampado de bogavantes. En realidad, es significativo que los Park Avenue surgieran ya en los ochenta y no en los setenta, como si hubieran nacido ad hoc para que los yuppies de la época cayeran sobre ellos.

Hay una cierta polémica: ¿son tan buenos los zapatos de Allen Edmonds? La polémica es estéril y da indicios de la manía transida de inseguridad del fetichismo de "lo mejor". Desde luego, hay zapatos más caros y hay zapatos mejor acabados, pero los Park Avenue no son sólo un estándar de media formalidad sino que pueden durar décadas, con la posibilidad de establecer una relación más personal con la marca mandándoselos para que los reparen –cosa que muy pocas marcas ofrecen hoy, y que en realidad es fundamental, sobre todo por el declive en calidad de los remendones. Lo que quiero decir es que, como calidad, no hay que ir mucho más allá; otra cosa es que uno busque halagarse con ringorrangos de exclusividad –pero Edmonds también los hace a medida- o privilegie con su confianza alguna otra horma. Con todo, uno no puede sino sentir la mayor admiración hacia una empresa que elabora unos zapatos estacionales, concretamente para la Navidad, en tonos verde acebo y rojo Santa Claus, que, según el CEO, despiertan las mayores simpatías al ir a la misa del gallo.

 
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