Anticipación gozosa de La Habana

Que un Ovidio tropical cante al Caribe mitológico, que alguien dibuje a un dios del mar con olas como garras que chocan contra el Malecón por perseguir a una Habana que –burla suprema- sólo es tuya y se pone camisón sólo por ti. Volvemos a La Habana: que no nos falte el doppiopetto blanco, los gemelos de madreperla, el sombrero para que nos tomen por turistas canadienses. Hay que salir con propiedad de las noches del Nacional, donde la steel band toca Suspiros de España cada día y el cuerpo pide bailar por inspiración biológica. Sólo en esas noches infinitas de La Habana el mundo parece que se te posa en una mano: queda el mar de fondo, la luna gordísima en el cielo que pone un momento de perdón en esta ciénaga, en la pira humana de pasiones y pecados.

Por exclusivo don del cielo volvemos a La Habana, La Habana de caobas antiquísimas, embalsamadas por el aire tropical. Habrá que miccionar irrespetuosamente contra los carteles de Hugo Chávez –¡socialismo o muerte!- y traficar con libros de Cabrera sin exigir a cambio su equivalencia en botes de leche condensada. Continuidad interminable de mojitos: catemos, catemos los bares de los hoteles y volvamos a la sabiduría de las bebidas jóvenes y las mujeres maduras. No vendrá de más una panetela ligera, paréntesis de aroma después del desayuno. Allí, por supuesto, no es necesario el humidor.

“Si a tu ventana llega una paloma…” Las habaneras iban de puerto a puerto, con sus historias de balcones y ventanas, soldados que parten quizá por siempre y la niña Mersé que no debe volverse para España. Esas son escenas de caja de puros, cursis de medallas y palmeras. A ciertas horas, es mas común cantar “Si a tu paloma llega una ventana” o cualquier cosa parecida. Curiosamente, la radio comunista sintoniza las mejores músicas del mundo, brizado sentimental que nos llega de otras décadas mejores: orquestas fabulosas, swing, trompetas, dulzuras de Batista, la danza lucumí, ese piano de Lecuona que define Cuba en tres compases.

 
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