Bienvenidos al circo

La televisión es un negocio, pero no un negocio cualquiera. Mientras que los zapateros venden calzado –excepto uno, que más que vender zapatos da zapatazos-, la televisión vende tiempo publicitario a los anunciantes y ofrece programas a millones de telespectadores. Es obvio, por tanto, que su responsabilidad sobre los contenidos que emite es directamente proporcional a la influencia que ejerce.

Desde los inicios de la televisión, una de sus principales e inagotables fuentes de contenidos ha sido la realidad, que, con una virtud camaleónica, ha sabido disfrazarse en cada momento de información, ficción o entretenimiento.

La “telerrealidad” es uno de los pilares básicos de la programación de las cadenas de todo el mundo, no solo de las españolas. Pero éste no es un género nuevo, ya que sus orígenes se encuentran en la televisión estadounidense de los años 50 con los llamados socio-dramas jurídicos.

A España, el reality-show llegó en la década de los 60 con el programa Reina por un día, que aportó una gran novedad. El protagonista de la televisión ya no era el presentador estrella, sino el anónimo ciudadano de “a pie”.

Será en la década de los 90 cuando el reality llegue a su apogeo en nuestro país. Irrumpen las televisiones privadas con programas como Confesiones (A3), Su media naranja (T5), Lo que necesitas es amor (A3) o Sorpresa, Sorpresa (A3). TVE, simplemente,  les sigue el juego -Quién sabe dónde-.

Sin embargo, la verdadera revolución llega a este género al combinarse con otro, el concurso. El mix reality-concurso engendra un gran monstruo. El 23 de abril de 2003, Tele 5 estrena Gran Hermano, que actualmente sigue en emisión y que en su primera temporada fue un fenómeno social. Su éxito provoca que aparezcan otros formatos procedentes de otras mezclas. Si combinamos elementos del concurso, del reality y del espectáculo de variedades, obtenemos Operación Triunfo (TVE). No han tenido el mismo éxito programas como Supervivientes (T5), El Bus (A3), Confianza ciega (A3) o La granja (A3), y peor suerte corrieron Escuela de actores (A3) o X Ti (A3).

¿Ante qué tipo de programas nos encontramos? “Telerrealidad” puede ser interpretada como “realidad televisada”, pero si atendemos al origen de la palabra “tele”, el significado es bien distinto. “Tele”, en griego, significa “a distancia”. Por tanto, el término “telerrealidad” haría referencia a “una realidad mostrada a distancia”. Tan distante, que es utilizada como mera excusa para crear una ficción espectacular.

Si desciframos la palabra Reality-show, llegamos a una conclusión similar. En inglés, show significa “mostrar” y, a la vez, es una denominación empleada para referirse a la idea de “espectáculo”. Desde esta interpretación, reality-show haría referencia a “mostrar una realidad de forma espectacular, ficticia”.

Esta hipótesis queda confirmada por cada uno de los realities mencionados anteriormente. La televisión se ha empeñado en mostrar una realidad distorsionada, convirtiendo la excepción en norma. Los protagonistas de estos programas son freakes, personajes extraños y excéntricos con los que, difícilmente, nos podemos identificar.

 

Si los primeros programas basados en la “realidad” convertían en protagonistas a personas normales, los actuales buscan a tipos extravagantes que representan a un sector marginal de la sociedad. Como consecuencia, una menor cantidad de telespectadores puede sentir empatía por este tipo de personajes, disminuyendo así su público potencial.

No obstante, el éxito de algunos de estos formatos es patente –Gran Hermano sigue apareciendo en el ranking semanal de los programas más vistos a pesar de su lógico desgaste tras más de cuatro años en antena-.

El nuevo reality-show es más que un género televisivo. Es una estrategia de programación para conseguir la fidelidad de la audiencia. Una de las grandes novedades de Gran Hermano es inundar la parrilla de Tele 5 con sus programas principales, resúmenes y pseudo-famosos, y nutrir de contenido sus magazines de mañana y tarde. Consiste en crear una ficción convirtiendo a personas en personajes y construyendo una historia que enganche al espectador.

De momento, la estrategia se ha mostrado efectiva, pero ¿qué ocurrirá cuando el reality se agote? Ante la falta de un proyecto de futuro sólido en las cadenas, se abren numerosas interrogantes –y las incertidumbres no parecen ser, precisamente, amigas de la cotización en bolsa-. Un negocio como la televisión requiere planificación, seguridad y una buena imagen.

¿Qué inventarán las cadenas para sobrevivir en esta voraz jungla televisiva con la llegada de la era digital? Sin duda, más espectáculo. Bienvenidos al circo.

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