Brevedades y holguras

La culpa la tienen los fabricantes de ropa de baño y sus clientes, que se han empeñado en que el buen gusto puede ponerse entre paréntesis durante el verano. Cientos de hombres y mujeres se arrojan cada mes de julio a las playas españolas ataviados con aterradoras prendas, causando más estupor e inquietud que los tiburones de la orilla, que al fin y al cabo aún no han sucumbido a la dictadura del imperio de la moda, y que en último caso evitan alargar el sufrimiento comiéndote a toda velocidad, cosa que aún no saben hacer los paletos de orilla de mar.

Hablo de chicos con trajes de baño extremadamente grandes, que enseñan medio trasero al fondo sur, a los que cualquier día van a confundir con la máquina de tabaco del chiringuito ocasionándoles inoportunas molestias. Y apunto sobre todo a esos otros tipos, con trajes de baño extremadamente pequeños, que ofrecen un espectáculo a medio camino entre el aturdimiento, y la angustia, porque tanto estrés en la zona no puede ser saludable; no en el sentido de que se le puedan dar los buenos días, sino en el aspecto terapéutico de la cosa.

Imagino que los hombres que se entregan a estas causas de la estrechez o de la holgura excesiva en el ropaje playero, lo hacen desde el desconocimiento de las más básicas nociones de la estética, o contaminados por la gran mentira de los videoclips musicales. Tal vez creen que sus modelitos repelen a los varones y atraen masivamente a las mujeres. Y tanta razón les sobra en lo primero, como les falta en lo segundo. Harían bien las bañistas más bellas en ignorar primero, y linchar después, a los machos que se presenten de esa guisa en la playa o piscina. Así borrarían cualquier rastro de duda sobre lo atractivo que puede resultar un varón enfundado en una versión futurista del bikini de las Mama Chicho.

Por desgracia, la moda y costumbres playeras femeninas tampoco se quedan atrás en esto del mal gusto, salvando gratas excepciones. De la infinita belleza del cuerpo de la mujer se ha escrito mucho. Pero poco se ha subrayado sobre la infinita brusquedad del cuerpo de la mujer que ha decidido entregarse al bronceado como fin último en la vida, sucumbiendo a la tentación de convertir la tumbona playera en una suerte de Gran Hermano devaluado, mucho más cutre aún que el original, si cabe.

Quien antepone el moreno de las nalgas –sólo los hombres y mujeres con muy mal gusto poseen nalgas- o de cualquier otra cosa que no deba enseñarse en la oficina en horas de trabajo, al placer del holgazanear en la playa libremente sin embrutecer al resto el sutil y natural paisaje del arenal, ha de saber que sólo puede atraer a esa clase de hombres capaces de acudir a la playa embutidos en los calzoncillos de Tarzán; que por algo se llamaba Tarzán de los Monos, y no Tarzán el Bello, o Tarzán el Intelectual.

La amplia variedad de bikinis y trajes de baño de inigualable hermosura hace incompresible que haya mujeres que prefieran prescindir del buen gusto, y entregarse a los diseños más breves, llamativos, y estrambóticos. Un bikini extraordinariamente breve, como un traje de baño masculino excesivamente breve, sólo puede provocar un rechazo largo, una incomodidad eterna, una indigesta exaltación de lo grotesco.

Porque al fin, el encanto de la belleza del cuerpo humano se encuentra en la insinuación de su futuro y no en la evidencia de su presente. La clave de su atractivo está en la sutileza de sus límites, en esa metáfora magnífica que supone el traje de fiesta, cuando recuerda a los demás que su magia oculta más de lo que muestra. Hay un enigma de la belleza que la hace más profunda y rica, y que confirma que no es carne, sin más, todo lo que reluce. Que hay más. Hay vida. Hay corazón. Hay alma. Hay inteligencia. Hay otra belleza que hace que la belleza realmente lo sea.

Concluyo rindiendo mi particular y transgresor homenaje, póstumo y sentido, al traje de baño femenino, injustamente despreciado por el bikini desde hace décadas. La probabilidad de acertar con un traje de baño con un corte elegante es directamente proporcional a la de fracasar con un bikini temerario, por más que esta norma del buen gusto goce de limitadísima popularidad en nuestras playas.

Sin tarzanes al borde del reventón, sin chitas desencantando su encanto, y sin idiotas entrenando para los próximos Juegos Olímpicos, lo mejor de la playa volvería a ser la playa, y no la barra del chiringuito.

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

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