Buren amenaza con destruir sus columnas del Palais Royal de París, pero acusa de fachas y antisemitas a quienes le animan a hacerlo

Está dispuesto a desmontar su más célebre obra: las famosas columnas que adornan el patio de honor del Palais Royal de París. Está furioso contra el ministerio de Cultura, propietario de la obra, al que acusa de permitir que su trabajo se degrade, algo que para Buren no tiene perdón porque las columnas se levantan justo bajo las ventanas del ministerio.

Desde el ministerio le han respondido que las columnas fueron desmontadas una a una el año pasado y pulidas, y que está previsto decidir este mes un calendario de renovación global cuyo presupuesto asciende a 3,2 millones de euros. Pero la furia de Buren no disminuye, les acusa de “vandalismo de Estado”, y asegura que destruirá las 260 columnas si no se le pone remedio. Puede protestar fuerte, porque la ley está de su parte, le da derecho al respeto a la integridad de su obra.

En realidad, las columnas no están dañadas, pero sí los elementos que acompañan el conjunto de la obra que incluye focos de luz y canales por donde debería circular el agua. Pero las protestas de Buren han sido aprovechadas por los detractores de su obra (que ya provocó una viva polémica cuando fue instalada en 1986 por el entonces ministro de Cultura, Jack Lang). Si el coste de la destrucción es igual al del mantenimiento, como asegura Daniel Buren, hay quien sugiere que se aproveche la ocasión para destruir las columnas de una vez por todas porque así se evita tener que volver a gastar de nuevo dentro de unos años. Otros defienden el derecho a la propiedad intelectual del Palais Royal, invadido por la obra de Buren, pero también hay quien no ha conocido el palacio de otra manera y que considera que la fusión de estilos es un enriquecimiento estético, como puede serlo la pirámide de Leoh Ming Pei, construida en el patio Napoleón del Museo del Louvre.

El caso es que la polémica está servida, y alimentada por el propio Buren que, hace unos días, no dudaba en calificar de “extrema derecha” o “antisemitas” los ataques a su obra, insistiendo en declaraciones a Le Monde que “la solución más absurda, de lejos” sería la destrucción de sus columnas, aunque él mismo esté dispuesto a hacerlo.

 
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