De la CECA a la MECA

Desde que el mundo es mundo, siempre han existido bodas de conveniencia, “mariage blanc”, que dirían los franceses, parar referirse a los casamientos interesados sin derecho alguno a tocamientos obscenos; pero también arrejuntamientos singularísimos en régimen de concubinato, donde los amancebados conviven en pecado mortal por retozar en el mismo jergón sin haber formalizado su barraganía.

Claro que como reaccionaría un místico animista escandalizado por la escalada de perversión actual, nunca antes se había alcanzado tal nivel de desvergüenza, pues los matrimonios entre cajas de ahorros (donde los cónyuges de uno y otro sexo han optado por la poligamia a careta veneciana descubierta), no es que estén mal vistos, es que directamente son un putiferio, o sea, una indecencia política.

Habiéndose llegado al exceso de que cada pueblo de España y su correspondiente califa tenía su chiringuito financiero, lo único que cabe esperar es que ninguna de estas Bodas de Sangre, que guardan semejanza con las “Faloforias” paganas helenas, acabe como la tragedia de García Lorca, con la navaja trapera convertida en el símbolo mismo de la muerte perpetua.

De lo divino y humano de las cajas han escrito a tres manos Luis de Guindos, Vicente Martínez Pujalte y Jordi Sevilla. Pero no han dicho, porque son parte interesada, que las bodas, bautizos y comuniones entre cajas, con la dinámica que se están celebrando, debieran ser un argumento adicional más para exigir la convocatoria de elecciones anticipadas, mayormente para esclarecer a priori el color político resultante de las diferentes comunidades autónomas, no vaya a ser que tan sólo unas semanas después de que se consume alguno de los once procesos de fusión en marcha, cambie la tortilla y se nos descoloque la carroza y el peluquín.

Siendo como son los que vivimos tiempos de mudanza y estrecheces, propongo que para ahorrar en rótulos luminosos y neones, en lugar de encargar un híbrido a Mariscal, mitad oso, mitad monigote, directamente se eche mano (al pescuezo) a la gaviota del PP, “el partido de los trabajadores” (María Dolores de Cospedal), para la alianza entre la Bancaja de José Luis Olivas y la CajaMadrid de Rodrigo Rato (que en algo tiene que entretener su talento el buen hombre, mientras espera en el apeadero el autobús de la EMT que le lleve a Moncloa); y en el caso de las alianzas entre cajas socialistas, permítaseme que proponga la utilización como escudo de armas del puño y la rosa de los descamisados, el logo de la “militancia pura y dura” cuando vienen mal dadas, según el multimillonario Felipe, que está el tío que se sale con tanto casoplón y tanto amigo VIP divino de la muerte.

En cierto modo, no es que las cajas hayan traicionado el espíritu fundacional de los Montes de Piedad bendecido por el Concilio de Trento. Efectivamente siguen siendo instituciones de beneficencia…, pero de los partidos políticos y de sí mismas.

Hasta la fecha, mal que bien, las cajas ejercían de prestamistas de los hipotecados prestándonos su dinero a cambio de nuestro esclavismo vitalicio. Pero es que ahora (sobre todo después de la intervención de Cajasur y Caja Castilla La Mancha) se da la curiosa circunstancia de que son esas mismas cajas las que se están viendo en la tesitura de tener que acudir a los Montes de Piedad para empeñar las joyas de su abuela como única salida traumática para hacer frente a sus agujeros negros.

Muy negro pinta el panorama para el particular o el empresario que precise en adelante un préstamo,   teniendo como tienen las cajas necesidad imperiosa de hacer frente a la “potabilización” de sus maltrechos balances, y padeciendo como padecen un alarmante déficit de liquidez, que va a precisar de un pelotazo de ayuda superior a los 20.000 millones de euros, habida cuenta que no menos de veinticinco cajas van a tener que pedir limosna, bien al Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, o bien al Fondo de Garantía de Depósitos.

Y pensar que hubo un día en el que Miguel Blesa me dio las bendiciones y a punto estuve de convertirme en Dircom de CajaMadrid. ¡Quita! ¡Quita! Con lo a gusto que se vive de ghostwriter aunque no viaje en Audi ni pise la moqueta de las torres KIO.

 
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