Cha-cha-cha! – Español de muchos mundos – La vida fabulosa de Xavier Cugat

Los ciegos ven, los sordos oyen y los muertos salían a bailar si Xavier Cugat pasaba por ahí. Pasaba, por supuesto, a trompetazos. A pocas personas les ajusta tan bien un apócope como un título: digamos, con reconocimiento, ‘el gran Xavier Cugat’, español de varios mundos, sonrisa enorme de la época del cristal de baccarat y el petróleo capilar, de los años con sabor a pousse-café. Siempre sonreía. Sus recopilaciones lo dicen todo de él: Viva Cugat!, Mambo at the Waldorf, Merengue by Cugat, Bread, love and cha-cha-cha. No sé si he dicho que siempre sonreía. Se puede decir que también tenía motivos.

Francesc d'Asís Xavier Cugat Mingall de Bru i Déulofeu nació para estrenar el siglo el 1 de enero de 1900 en la esquinada provincia de Gerona. También nació para mover a la felicidad a melancólicos. Esa era la época de emigrar para La Habana, cuando la ciudad podía permitirse llamar La Habana Elegante a un semanario. Llegó con cinco años y todo un genio musical aunque después vino a decir que prefería tocar Chiquita Banana y tener una piscina que tocar a Bach y morir de hambre. Su nombre se hizo fiesta. Tuvo dinero, éxito y mujeres: tuvo mucho dinero, mucho éxito, muchas mujeres. Nada de esto le agrió el carácter. Solía dirigir con su perrito chihuahua en una mano. No sé con qué mano sujetaba el cóctel. Se dedicó, por muchos años, a espantar al gato triste y azul de cada noche.

Fue la edad de las big-bands, después de popularizar El Manisero por Prado y por Neptuno en la Habana que no muere. Es una de las canciones del siglo XX, quizá porque Cugat es una alegría mayor del siglo XX. Tocado por el humor, dibujaba entre tanto tiras cómicas, muy reproducidas, bien pagadas. Él mismo tenía algo de caricatura de periódico. Hizo el recorrido glorioso de Hollywood a Nueva York y vuelta a Hollywood, con sus chaquetas rojas, cogiendo primero la fiebre del tango, luego la fiebre de la rumba, la fiebre de la samba, la fiebre del mambo y también la del merengue. Igual le daba la hondura melosa de un bolero que la ‘aquarela do Brazil’ o el momento frenético de un baile mexicano. Ponía las caderas a centrifugar. Fue el primero que popularizó una música latina que después pasaría por Pérez Prado y Tito Puente y lo cierto es que pervive a su manera –el mundo da hartas vueltas- con Shakira. En su tercera o cuarta boda inauguró esa barbaridad del Caesar’s Palace, en plena Strip, frente al Flamingo del caco Bugsy Siegel. El gran Cugat no podía andar muy lejos de Las Vegas.

Hoy apenas queda rastro en Youtube pero le recordamos cada vez que suena Perfidia o ‘Tea for two', aquí junto a nosotros en sólo dos compases. Dedicó una canción a cada cóctel: si le hemos imaginado en el Teatro Fantasmal de Cuba, cabe imaginarle en el almenado decó del Waldorf-Astoria, donde estuvo fijo por la noche, alimentando de swing a la gran ciudad, de ritmo y ligereza y orquestación con pretensiones, como una posesión. ¡Arriba los corazones y los pies! Su hermano Francis, curiosamente, diseñaría la edición más buscada del siglo XX americano: la primera del Gran Gatsby. ‘Todo era derroche, reina de la noche’. Creo que hablamos de una época mejor.

Al final, el gran Cugat regresó a España, a Barcelona, para vivir aún unos años entre el cardiólogo y el Ritz. Quedaban atrás las rubias achampanadas, los bailes de Astaire y Ginger Rogers, los dominios ilusorios y felices, mientras el mundo se despeñaba por la dodecafonía. Pocos más amigos del corazón humano, tan necesitado de un poco de benevolencia hacia sí mismo, de la música como autocompasión justificable. Ninguno más grande que el gran Xavier Cugat. A veces hay justicia en la nostalgia: vaya en su memoria una copa de anticuado pipermín.

 
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