Chavalería militante

En un hipotético referéndum para la independencia de Cataluña debería permitirse votar como muy tarde desde los nueve años, la mitad de los que la ley contempla. De esa edad en adelante eran los chavales cuyas declaraciones emitió TV3 cuando lo de la cadena triunfal de la Diada. Oídas sus claras sentencias, ¿por qué negarles el sufragio?

España aprieta y ahoga desde el paritorio hasta la morgue, eso es un hecho evidente. El bebé que nace en Cataluña no lanza su primer vagido principalmente porque le chafen de golpe el gustirrinín que sentía en el útero materno —que también—, sino porque ya atisba a su manera elemental, instintiva, sedimento de siglos en los genes, que el Estado lo someterá a una vida llena de privaciones. Ese llanto liminar es un grito primario a favor de la independencia.

El niño catalán que pide a sus yayos la propina para comprarse unas cuantas chucherías y recibe diez euros, entrevé que si no le dan doce es porque, en algún lugar del Estado, otro niño le está rapiñando de un modo incomprensible pero bien real esos dos euros que son suyos. El ceño que se le dibuja en el semblante al pensar en la merma de regalices que eso le supone es un grito callado a favor de la independencia.

El jovenzuelo catalán que se baja aplicaciones para el móvil y comprueba cómo aquellas que están en castellano sobrepasan abrumadoramente en número a las que emplean el idioma vernáculo del pequeño pero gallardo país en el que crece, se indigna ante este predominio avasallador y lo siente como un 1714 perpetuado en la realidad cibernética. Y además con la certeza de que Madrid algo tiene que ver en el asunto. El tecleo furioso en un entorno lingüístico que percibe como ajeno es un grito táctil a favor de la independencia.

Así pues, no acucia menos el ansia liberadora a quien todavía no ha cruzado la raya de la vida adulta. La necesidad es una sola, se tengan más o menos años. Y los argumentos aportados son similares también, provengan de un diputado cincuentón de Esquerra o de una alumna de 1º de la ESO que, a los doce, sufre cada día en su instituto la presencia tutelar y asfixiante del Ministerio de Educación. El amor a la patria, grande o chica, no tiene edad. Elimínense, pues, las restricciones para poder proclamarlo con el voto devoto que sea un grito a favor de la independencia.

 
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