Chávez, sus lamerones y un albañil toledano

Qué simpaticote es el presidente de Venezuela, qué campechano, qué accesible, qué bien discursea —¿un poquitín prolijo, quizás?, bah, no tanto— , qué grandes verdades dice, qué amigo es de sus amigos y qué implacable con sus contrarios, con los imperialistas agresores, con los neoliberales rapiñadores, con los oligarcas opresores, con los periodistas que le calumnian horrores y a los que, va de suyo, hay que trincar. Si Bolívar levantara la cabeza, lo ungiría con un beso paternal en la anchurosa frente, siempre altiva e indomable. Chávez salió de su laberinto y el domingo pasado acabó recalando en nuestra tierra para visitarla durante tres días. Fueron jornadas intensas en las que recibió el caluroso apoyo de la izquierdona asociativa universitaria y de unos cuantos sevillanos que se acercaron a la capital en un autobús fletado por su Ayuntamiento para que no se perdieran la estancia del caudillo venezolano. Aplausos, vítores y pancartas con proclamas de adhesión fueron jalonando cada uno de sus pasos por Madrid. Pocos figurantes, pero ruidosos.

Si entusiastas se mostraban sus incondicionales jaleadores, no menos embelesados había en instancias oficiales. Durante la visita a la estación de Atocha, Moratinos iba dejando por el vestíbulo un reguerillo de babas cual molusco gasterópodo de Asuntos Exteriores. Parecidas eran las que se encontraron en el lugar que ocupaba el rector Carlos Berzosa tras entregarle la Medalla Internacional Complutense. Me enorgullece no se imaginan cuánto que mi Universidad, la que fundó el cardenal Cisneros, distinga al estadista que permitió —cuando no alentó— el derribo en Caracas de la estatua de su contemporáneo Colón.

Similar rastro de babas quedó en la alfombra del Congreso de los Diputados después de que Manuel Marín le enseñase las muescas en la bóveda por los disparos del 23-F. Asombra que Chávez se asombrase —al menos lo aparentaba al llevarse una mano a la boca— con este tipo de contratiempos: él ha sido golpista dos veces. Pero la mayor concentración de saliva derramada se halló en un sofá del palacio de El Pardo y en el atril de la sala para ruedas de prensa de La Moncloa. Sin necesidad de análisis de ADN, sabemos que su vertedor fue el compadre Zapatero.

Fruto de su diplomacia alternativa, el presidente ha encontrado un puntal firme para su política exterior. Al hallarse en un momento histórico, le resultó imposible no sobreinterpretar en presencia de su aliado con mucho braceo ampuloso, mucho cabeceo asertivo y mucha sonrisa desmesurada. No vamos mal. En espera de que Condoleezza, la bestia negra, perdón, la bestia parda del actual Ejecutivo nos brinde alguno de sus encantos, contamos con el apoyo de un caudillo populista, del dictador comunista Castro y del régimen de los ayatolás, puesto que el vicepresidente iraní vino el lunes a Zaragoza para estrechar lazos. ¿Y si nos reuniéramos en Bandung?

Lo más destacable, por auténtico, de los tres días que duró la visita del gerifalte fue la anécdota protagonizada por un albañil toledano. Chávez iba paseando por las callejas de la ciudad y quiso acercarse, rompiendo el protocolo, a saludar a un lugareño que estaba laborando con su pala y una hormigonera. Éste, no sabemos si azorado por las circunstancias o por antipatía hacia el mandatario, huyó hacia el interior de la obra sin mirarlo siquiera. Ya ven, no todo el proletariado es sensible a la demagogia. Aunque habrá quien diga que aquel albañil era en realidad un miembro de la CIA estratégicamente situado y con disfraz. Si no, imposible ese desaire contrarrevolucionario...

 
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