Comprometidos, no comprometedores

En la presentación de su último disco, un afamado cantautor de origen canario —y no daré más datos para evitar que este artículo parezca una diatriba ad hóminem— dijo que al alcanzar un cierto grado de madurez apetece menos hablar de uno mismo, y añadió: «el cuerpo me pide ahora involucrarme más en la sociedad de estos tiempos». Quizá no sea tal declaración homeostática la manera más dignificante de explicar su desvelo ciudadano porque, si ésa es la causa a la que responde, queda entonces a la misma altura ética que una siesta o una dosis de insulina.

Al margen del motivo —demanda corporal, voluntad libremente asumida de ejercer la denuncia o previsión de no escasos beneficios—, es así que nuestro cantautor ha derivado al concepto cuya simple mención otorga un aroma intenso de santidad civil: compromiso. El compromiso le cambia a uno la vida, porque le hace ser mejor. Podemos ilustrarlo con el caso de otro intérprete que tiraba a pijillo para consumo de púberes, pero el año pasado o a comienzos del corriente, no recuerdo el momento exacto, varió de estado y condición al dejarse barba de tres días, ponerse gorro de lana y componer letras engagés. Desde entonces, claro, no es lo mismo. Es lo más.

Para convertirse en un buen cantautor comprometido hay que estar de acuerdo con el siguiente paralogismo: Silvio Rodríguez está tocado por el don de la infalibilidad. Silvio Rodríguez es amigo de Fidel Castro. Ergo, Fidel Castro es infalible. De las dos premisas no se deduce la conclusión, pero eso es lo de menos. Nuestro cantautor declara que admira a su colega cubano y se siente influido por él. También afirma: «el compromiso es necesario en todo ciudadano o ciudadana porque lo normal es que uno muestre preocupación por el mundo en el que vive». ¿Acaso no es muy preocupante que Cuba, la democracia popular por excelencia, viva en la estrechez por culpa del imperialismo opresor yanqui?

El compromiso de verdad está ahí, en la defensa de los anticuerpos castristas del organismo social y no en la de los virus subversivos como Raúl Rivero, poeta y periodista encarcelado por disidente y cuyo compromiso no es auténtico, porque su causa es la de la libertad. No estaría mal que pudiéramos oír, musicadas, letras en las que se elogiase el liberalismo político y económico, en las que se condenase a todos los tiranos y a todos los terroristas, y en las se dejara claro que la justicia no pasa necesariamente por el pacifismo incondicional. Pero claro, para eso harían falta intérpretes no comprometidos, sino más bien comprometedores. Y de ésos hay muy pocos.

 
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